domingo, 28 de agosto de 2016

Perder la razón, by Joachim Lafosse

1. Chica conoce chico de procedencia marroquí.

2. Chico se parece un huevo a Rafa Nadal

3. Chico tiene un padrino fantástico que le paga todo: boda, viaje de novios, crianza de niños, gastos médicos, casa con jardín... vidorra tutiplén.

4. Chica no está contenta con su vida pero viaja a Marruecos y se queda prendada de la cultura marroquí.

5. Chica se planta chilaba regalada por suegra marroquí, no se la quita ni pa cagar y empieza a empastillarse todo el día.

6. Chica se siente cada vez más desgraciada, llora mogollón, va a una psicóloga a ver si se cura y... hasta aquí puedo contar.

Esta es básicamente la historia de una ida de olla. Una tía que no tiene grandes preocupaciones en la vida, con una suerte que ya la quisieran para sí el 90%  de los mortales, que ha dado con un paganini gracias al cual puede permitirse lo que quiera: tener cuantos hijos le dé la gana, trabajar o no trabajar según le apetezca, viajar, vivir donde le pete... peeeero vaya por dios, la muchacha no se halla a sí misma, no le ve la gracia a su vida, qué le vamos a hacer.

Bueno, vale,  cualquiera puede tener una depresión y perder la pinza, de eso no está libre nadie por muy guay que sea su vida. Y lo que le pasa a esta mujer y lo que hace, toco madera, pero creo que le puede pasar a cualquier persona. La mente tiene recovecos muy traicioneros que la razón no entiende, no seré yo quien la juzgue ni tampoco estoy capacitada para ello.

Lo que no termino de entender es a qué juega Joachim Lafosse, el director. Tengo la vaga sensación de que está intentando culpar a alguien de lo que le pasa a esta mujer, que para mí es la simple historia de una locura. Sin embargo el tipo carga las tintas a veces contra el marido (Rafita Nadal en marroquí), a veces contra el padrino que todo lo paga y todo lo consiente (se llega incluso a insinuar una especie de enamoramiento del marido).... y hasta creo entrever cierta crítica hacia la sociedad occidental, tan poco humana, tan frenética... frente al relax y el ambiente idílico de la vida de una mujer en Marruecos. En fin, corramos un tupido velo.

Tanto es así que me he puesto a leer críticas, por simple curiosidad, a ver hasta dónde había calado el mensaje culpabilizador del director, y efectivamente, mucha gente interpreta la película en clave de culpa. Especialmente contra el benefactor de la familia, un personaje sinceramente para mí impecable, el abuelito perfecto: adora a los niños, juega con ellos, los cuida, vive por y para la familia. Es verdad que Lafosse pone trampillas, miradas ambiguas, momentos de tensión... pero lo cierto es que objetivamente hablando el tipo es el altruísmo personificado, como un ángel caído del cielo que ya lo querría yo pa mí. El partidazo que yo le sacaría a un padrino como ese en mi vida, lavirrrrrgen.

En definitiva, una historia que podía haber resultado interesante, porque todo lo que sea indagar en los mecanismos de la mente humana lo es, termina convirtiéndose en algo un tanto chusco. No cuajan los personajes, no se entienden sus motivaciones, se hacen insinuaciones morbosas que no se desarrollan y en cambio no se profundiza nada en el hundimiento psicológico de la protagonista.

No se puede negar que Emilié Dequenne hace un papelón y refleja perfectamente la evolución del personaje hacia la locura, pero su mera interpretación no puede evitar esa indefinición de lo que ahí está pasando. Ni esa absurda culpabilización colectiva, como si todo hubiera conspirado para que esa muchacha terminara perdiendo la razón. Es lo malo de intentar buscar explicaciones racionales en la locura, donde probablemente nunca las hay.

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