miércoles, 8 de enero de 2020

Tres anuncios en las afueras, by Martin McDonagh

Cuatro trucos infalibles para conseguir el favor de la crítica y para inflarte de ganar premios en festivales nacionales e internacionales de todo pelaje.

Presta atención, joven e ingenuo cineasta:

1. Mensaje marcadamente feminista. Sí, amigo, en la era del MeToo si no te mojas claramente por el empoderamiento femenino no eres nadie. A Martin McDonagh no se le ha escapado este hecho porque lo ha aplicado a rajatabla en este exitoso film que en su día se llevó chiquicientos Oscars, Baftas, Globos de Oro y trofeos varios de distintos festivales internacionales.

2. Protagonista (femenina a ser posible) emblemática.  Consecuencia inevitable del truco anterior. Tiene que tratarse de una mujer fuerte, autosuficiente, inasequible al desaliento y curtida en mil sufrimientos propios de la condición femenina. Aquí el mérito absoluto le corresponde a la simpar Frances McDormand, cuya principal virtud es posar constantemente con una parálisis facial que no tiene nada que envidiar a míticos rostros hieráticos masculinos como Bogart o Eastwood. Debe de ser algo muy difícil para un actor porque es un tipo de papel muy agradecido a la hora de repartir premios. McDormand, sin ir más lejos, se ha hinchado.

3. Surrealismo máximo.  Es fundamental que las situaciones no tengan ni pies ni cabeza, que los personajes sufran transformaciones inexplicables, que pasen de malos a buenos y viceversa sin solución de continuidad, que se produzcan casualidades imposibles, revelaciones inesperadas fruto del azar, encuentros súbitos que provocan giros sorprendentes. Cualquier cosa que tú pienses que en la vida real no puede pasar de ninguna de las maneras vale para meterla en una película de éstas con pretensiones de éxito fulgurante. No hay nada lo suficientemente ridículo, puedes colar todo lo que se te ocurra, que cuanto más absurdo sea más premios te darán. No lo dudes.

4. Final con tomadura de pelo incluida. Esto es importantísimo. Que el espectador llegue a los créditos finales sin dar idem, ojiplático, con la mandíbula totalmente descolgada y sin capacidad de movimiento. Que dejes a la gente en el asiento traspuesta, con una irremediable sensación de que te has quedado con ella, a medio camino entre la indignación y la incredulidad. Porque éste, amigo, es el gran y definitivo truco que puede elevar a los altares a tu película. No importa si has fallado un poco en alguno de los puntos anteriores,  que no hayas sido lo bastante contundente en tu alegato feminista, que tu protagonista no tenga el carisma suficiente... da igual.  Si al final dejas al público sin poder moverse de la silla, cagándose en toda tu nación y maldiciendo a tus ancestros te aseguro que habrás conseguido tu objetivo: la crítica se rendirá a tus pies y los trofeos te lloverán. Palabrita.