lunes, 23 de noviembre de 2020

House of Cards (Serie de TV), by Beau Willimon

Después del tremendo chasco que me llevé con la visión flower de la política nortemericana que se reflejaba en "El ala oeste de la Casa Blanca" y que me resultó totalmente insufrible, para mí "House of Cards" ha sido un auténtico baño de fresca malignidad. El universo político de Beau Willimon no tiene nada que ver con el de Aaron Sorkin. Ese presidente angelical que resultaba tan creíble como el hada madrina de Blancanieves da paso a una tortuosa pareja sin escrúpulos ni moral dispuesta a todo por alcanzar el poder y luego por mantenerse en él.

Estos políticos sí que me suenan, éstos sí puedo reconocerlos en los que veo a diario retorciendo en los informativos la realidad para acercarla a sus argumentarios preparados por cientos de asesores a los que la verdad y los ciudadanos les importan una mierda y a los que sólo les interesa una cosa: el poder. No me cuesta reconocer en Kevin Spacey y Robin Wright a gente como Trump, Bolsonaro, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Putin... Dirigentes que mienten descaradamente sin el menor empacho, que "infoxican" constantemente, que intentan con denuedo controlar a los medios y desprestigiar a los que no les bailan el agua. Cínicos, maquiavélicos, de moral laxa o inexistente, incapaces de empatizar mínimamente con el ciudadano pero capaces de soltar discursos patrióticos, emotivos y conmovedores que sólo se creen a pies juntillas sus incondicionales. 

Joan Manuel Serrat los retrató perfectamente en aquella magnífica canción que se titulaba "Algo personal". Os la recuerdo:

Probablemente en su pueblo se les recordará
como a cachorros de buenas personas,
que hurtaban flores para regalar a su mamá
y daban de comer a las palomas.

Probablemente que todo eso debe ser verdad,
aunque es más turbio cómo y de qué manera
llegaron esos individuos a ser lo que son
ni a quién sirven cuando alzan las banderas.

Hombres de paja que usan la colonia y el honor
para ocultar oscuras intenciones:
tienen doble vida, son sicarios del mal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal.

Rodeados de protocolo, comitiva y seguridad,
viajan de incógnito en autos blindados
a sembrar calumnias, a mentir con naturalidad,
a colgar en las escuelas su retrato.

Se gastan más de lo que tienen en coleccionar
espías, listas negras y arsenales;
resulta bochornoso verles fanfarronear
a ver quién es el que la tiene más grande.

Se arman hasta los dientes en el nombre de la paz,
juegan con cosas que no tienen repuesto
y la culpa es del otro si algo les sale mal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal.

Y como quien en la cosa, nada tiene que perder.
Pulsan la alarma y rompen las promesas
y en nombre de quien no tienen el gusto de conocer
nos ponen la pistola en la cabeza.

Se agarran de los pelos, pero para no ensuciar
van a cagar a casa de otra gente
y experimentan nuevos métodos de masacrar,
sofisticados y a la vez convincentes.

No conocen ni a su padre cuando pierden el control,
ni recuerdan que en el mundo hay niños.
Nos niegan a todos el pan y la sal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal.

Pero, eso sí, los sicarios no pierden ocasión
de declarar públicamente su empeño
en propiciar un diálogo de franca distensión
que les permita hallar un marco previo

que garantice unas premisas mínimas
que faciliten crear los resortes
que impulsen un punto de partida sólido y capaz
de este a oeste y de sur a norte,

donde establecer las bases de un tratado de amistad
que contribuya a poner los cimientos
de una plataforma donde edificar
un hermoso futuro de amor y paz.

Pero eso sí, con qué destreza esos tahúres de postín
reparten juego con cartas marcadas:
nada por allá, nada por aquí,
visto y no visto y nos la meten doblada.

Tienen más de un problema para cada solución,
sin que te enteres te roban los calzones
y luego te dicen que toca apretarse el cinturón
cuando en la bolsa caen sus acciones.

Hijos del demonio, no tienen otro dios
que la codicia y más rey que el mercado
ni otra enseña que la de curso legal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal.


(spoiler)

Estoy francamente asombrada. He leído un montón de críticas de esta serie, particularmente en lo que se refiere a la temporada última, aquella en la que tuvieron que cargarse a Spacey por el lío de las denuncias de acoso. Pues bien, para mí es evidente la crítica al movimiento "Me too". En esa temporada Claire, la lianta, ambiciosa y sin escrúpulos Claire, se hace con el poder y echa mano del movimiento feminista para fijar el ancla y no soltar la poltrona. 

Es más que nítida la crítica que se hace al uso y abuso del feminismo, del postureo feminista más bien, para usar algo tan legítimo como las reivindicaciones de las mujeres para atacar y destruir carreras políticas. La propia Claire lo hace sin ningún empacho. Expulsa de su Administración a todos los secretarios y diseña una Administración con sólo mujeres con el único fin de convertirse en adalid del movimiento y asegurarse años en el poder. 

El hecho de que nadie más se haya percatado de este posicionamiento crítico de la serie, que más bien al revés, muchos crean que de repente apuesta por un feminismo exacerbado que se le va de las manos, me tiene completamente alucinada. De verdad, pero si no puede ser más descarado! No me explico con qué ojo ve la gente las series. Me quedo ojiplática.