martes, 9 de junio de 2020

A dos metros bajo tierra (Serie de TV), by Alan Ball

Ver esta serie en plena pandemia del Covid-19 es una puta paranoia, de verdad. Cada episodio comienza con una muerte. Absolutamente todas las muertes que puedas imaginar y algunas que no se te habrían ocurrido en la vida. Atragantamientos, accidentes laborales, caseros, ahorcamientos, aplastamientos, cánceres, infartos, ictus, hemorragias nasales....

Por poner un suponer, una muerte que seguro que no te habías planteado jamás: vas con unas amigas de fiesta en una limusina. En plena exaltación de la vida y la amistad, sacas la cabeza por arriba y, oh casualidad,  te das contra una señal de tráfico que no te arranca la cabeza pero te mata del golpe y te deja la cara como una torta, y luego los embalsamadores te la tienen que recomponer usando rellenos varios. A ver quién coño se sube a una limusina en su vida después de haber visto semejante cosa.

Pues así todo. Definitivamente esta serie no está hecha ni para aprensivos ni para neuróticos porque acojona un montón.

Los personajes también son bastante curiosos, muy frikis. La más flipante de todos es la madre, Ruth, magníficamente interpretada por Frances Conroy, una actriz para mí desconocida pero que ha supuesto un descubrimiento. Ruth parece recién salida de un capítulo de La casa de la pradera. Vestida y peinada al estilo de los colonos del Far West, con vocecilla de pito y cara de pajarito. Al principio da un montón de repelús, pero conforme van pasando los capítulos y te vas a costumbrando a sus ropajes y su cara tan rara le vas cogiendo cariño. Dan ganas de darle un achuchón, no es coña.

La verdad es que la muerte es algo casi divertido en casa de los Fisher.  No puede ser menos teniendo en cuenta que la familia vive en la propia funeraria. Supongo que la cultura norteamericana es totalmente diferente a la nuestra en esto de los rituales mortuorios. Es difícil imaginar aquí a los empleados de una funeraria viviendo en ella y consolando a los familiares del muerto durante el velatorio. O a una viuda dándoles la chapa a los de pompas fúnebres contándoles la vida y milagros de su difunto marido. Pero en la funeraria Fisher eso es lo habitual. Ellos presiden todos los velatorios, consuelan magistralmente a las familias, les largan sesudos discursos sobre la vida y la muerte y son verdaderos expertos en gestionar el dolor de sus clientes.

Y aunque cueste creerlo, no hay capítulo en el que no se echen unas risas. Cosa completamente natural si tenemos en cuenta que buena parte de los diálogos son del tipo:

"Nuestro ataud Titanic con un ancla en el frontal es ideal para amantes del mar y la aventura"

"Le sugerimos nuestro modelo Frutti di mare con el interior relleno de caracolas".

Palabrita.

El creador de esta serie, Alan Ball, tiene que ser un tipo a medio camino entre lo siniestro y lo cachondo mental. Me encantaría conocerlo.

Ps. El final es la hostia. Completamente redondo. Merece la pena ver la serie sólo por ese final.

Ps2. Un consejo. Aunque no os enganchéis al principio no os rindáis, seguid. Las dos temporadas iniciales son un tanto sosas, pero prometo que a partir de ahí va in crescendo, hasta llegar a la temporada final, que es sencillamente brutal.