lunes, 24 de mayo de 2021

Mad Men (Serie de TV), by Matthew Weiner

Empecé a ver Mad Men a pesar de las críticas que había leído sobre el machismo de la serie. A pesar o justo por eso. Normalmente ese tipo de críticas hace que me sienta atraída, porque tengo visto y demostrado que con frecuencia suelen ser injustas, irreales y muy poco fiables. Y no me equivocaba.

Mad Men es una serie profundamente feminista, y además esto es tan evidente que sorprende que haya tanta gente pensando justo lo contrario. De los personajes masculinos no hay ni uno que merezca la pena ni como hombre ni como persona. Son todos unos cerdos, unos salidos, unos trápalas de cuidado, mentirosos, egoístas, desmesuradamente ambiciosos, alcohólicos la mayoría, con la sensibilidad en el culo... en fin, unos regalitos. Matthew Weiner da una impresión tan mala de sus congéneres que da la sensación de que los odia a muerte.  En cambio ama a las mujeres sin lugar a dudas, y se nota.

Los personajes femeninos tienen una riqueza emocional, una cantidad de matices, que contrasta enormemente con la pobreza, simplicidad y primitivismo de sus compañeros hombres.  Desde el primer momento se nota la simpatía que siente el creador hacia las mujeres. Pero es que además conforme va desarrollándose la serie, la evolución de los personajes femeninos es tan interesante que prácticamente devoran a los masculinos. Incluso el propio Don Draper, el puto amo, queda a menudo eclipsado por la fuerza de personajes tan potentes como Joan o Peggy. 

No cabe duda de que buena parte del éxito de Mad Men se debe al carisma de sus intérpretes. Desde el protagonista central, Jon Hamm (la viva reencarnación del inolvidable Cary Grant) hasta las ya referidas féminas que van comiéndole el terreno poco a poco. La rotundidad física de ese mujerón que es Christina Hendricks, que eso no es una mujer; es un volcán, es la madre Tierra, es una diosa. Y frente a ese poderío, la fina belleza de January Jones o la presencia siempre impecable de Elisabeth Moss, dando vida en esta ocasión a la empecinada Peggy, con su lucha denodada por hacerse un hueco profesional en ese mundo de hombres eternamente pegados a una copa. 

Y bueno, lo que también enamora es el vestuario. Hay que morir por esos vestidos, esas maravillas de la moda de los 50 y los 60, esos peinados, esos zapatos. Esa Hendricks meneando su impresionante culo (que ríete tú de las Kardashian) y dejando embelesados a su paso a todos los mastuerzos del lugar. Esa elegancia natural de January Jones, tan Grace Kelly. Por favor, es que hay modelos que dan ganas de traspasar la pantalla para robárselos y guardarlos en tu armario.  Y luego los decorados taaaaaaaan de cine americano de los 50-60.  Un homenaje redondo a clásicos como El apartamento, Irma la dulce, La tentación vive arriba... 

En definitiva, la serie me estaba encantando, iba para sobresaliente seguro. Sin embargo la deriva que sigue en la última temporada, sobre todo en los últimos 5 capítulos, es francamente decepcionante. Eso ha hecho que mi puntuación haya descendido notablemente. No entiendo qué les pasa a los guionistas en esa temporada, qué bajón, qué locura. Esos personajes no se merecían un final tan anticlimático. Y paso a espoiler.

(espoiler)

El último capítulo es casi para echarse a llorar, sobre todo por el protagonista. El final de Draper, ese pedazo de macho alfa que es pura testosterona, es terminar en una secta  flower power haciendo yoga? Que sólo le ha faltado raparse el pelo y hacerse Hare Krishna, por favor. 

No perdono que hayan convertido a ese pedazo de personaje en un mamarracho. Vale que la crisis existencial por la que pasa después de la absorción de la empresa tenía que terminar en un final catártico. La muerte habría sido una salida digna. Pero esa escena final sentado en un jardín con un montón de colgados con las yemas de los dedos pegaditas haciendo Ooooooooommmmmm... 

Nooooooo, por favoooooooor. Don Draper noooooooo. Me han matado!