lunes, 17 de febrero de 2020

Parásitos, by Bong Joon-ho

A pesar de que soy bastante escéptica con los premios cinematográficos y no me fío ni medio pelo de las Palmas de Cannes ni de las Conchas de San Sebastián, y ya no hablemos de los Oscars o los Golden Globes, reconozco que con "Parásitos" he caído como una china. O quizás debería decir como una coreana.

Tantas críticas ensalzando la película, tanta gente diciendo auténticas maravillas, tantísimo premio por todas partes, ese boca a oído que todo lo llena... Bueno, pues todo ello ha provocado en mí el Síndrome del Tobogán, que no es otra cosa que empezar a ver una película con una expectativa de 10 para ir descendiendo por minutos hasta los puestos más deshonrosos del ranking cinematográfico.  La cosa es más o menos como sigue:

• Empieza la película con el listón altísimo,  un 10.

• A los 20 minutos ha bajado a un 6. No está mal, se puede ver, no es que te aburras pero tampoco es nada del otro mundo. Incluso echas unas cuantas risas malotas al ver cómo la familia pobre busca desesperadamente una señal de wifi dentro de su casa para poder chatear y finalmente la encuentra en el váter. Bueno, vale, está graciosa. Vamos a darle una oportunidad, probablemente habrá giros sorprendentes más adelante que la conviertan en la obra maestra de la que todo el mundo habla.

• En el minuto 80, tras no ya un giro sorprendente, sino tras 40 giros, a cuál más demencial, en los que hemos ido pasando por reminiscencias de directores tan variopintos como Álex de la Iglesia, Tarantino, Buñuel o incluso Almodóvar, en un totum revolutum donde se mezclan grotescas escenas de vodevil con vísceras a raudales sin que nada de ello tenga sentido ninguno dentro del hilo argumental, la valoración ha descendido drásticamente a un 4, sin muchas esperanzas de remontar en un futuro próximo.  Ni obra maestra ni pollas en vinagre.

• Tras las interminables 2 horas y media de película mi escasa paciencia ha visto rebasados todos sus límites. El desenlace es aún más demencial que todo lo anterior. La estupidez de la película ha ido in crescendo. Definitivamente esto es para cero patatero.

El superpremiadísimo y alabadísimo Bong Joon-ho me parece un majadero de la hostia. Ha conseguido quedarse totalmente con el personal y abducir con este despropósito a casi toda la humanidad y sólo nos hemos salvado unos cuantos afortunados que, vete a saber cómo, hemos logrado sobreponernos al embrujo y mantener la lucidez.

Al final lo dejo en un 2 porque hay algo que sí me ha gustado y lo tengo que reconocer: la fotografía de un tipo que se llama Kyung-Pyo Hong (Piojón para los amigos). El contraste entre las imágenes que saca desde el semisótano de la familia pobre frente a las de la espectacular casa de diseño de los ricos es digno de elogio y aunque para mí no salva el sindiós del guión hay que decir las cosas como son y alabar el trabajo de este señor (o señora, que con esos nombres vete a saber) .

Por último, no acierto a entender el entusiasmo suscitado por esta película si no es por una ola de conciencia social y buenismo de ocasión que afortunadamente han pasado sobre mí sin llegar a rozarme.

Por lo visto, gracias a Bong Joon-ho, el público y la crítica occidentales han descubierto de sopetón varias realidades que hasta ahora se les habían escapado:

1. Que hay ricos y pobres, vaya por Dios!

2. Que los pobres tienen la moral bastante laxa en su lucha por la supervivencia.

3. Que los ricos viven en un mundo paralelo y no se enteran de nada fuera de él.

4. Que los pobres siempre quieren ser ricos y los ricos nunca quieren ser pobres.

(Cuidao, va espoiler)

Por cierto, alguien podría explicarme cómo es que el señor que estaba encerrado en el zulo secreto desde cuatro años atrás no podía salir de él y en cambio el padre de la familia parásita sale como Curro por su casa y hasta se permite enterrar tranquilamente a la difunta en el jardín?

Palabrita que de todos los desbarres eso es lo que más me tiene en un sinvivir.


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