lunes, 27 de diciembre de 2021

Transparent (Serie de TV), by Joey Soloway

Para quien no haya visto la serie os resumo brevemente: ésta es la historia de una familia desde el momento en el que el padre, ya sesentón y jubilado, declara oficialmente que quiere ser mujer. De ahí el "sutil" juego de palabras: trans-parent. Lo pilláis, no? (Aquí vendría un emoji de guiño)

Para que os hagáis una idea, la dama en cuestión es una especie de Señora Doubtfire, en versión judía y quizás algo más estilosa y menos carca en su vestimenta. Por lo demás la verdad es que da un poco de repelús, porque si de hombre no es que sea precisamente James Bond, en mujer el efecto óptico es aún más deplorable. Supongo que lo que se pretende es reflejar una transición de género en una persona físicamente normal y además entrada en años, pero es que Jeffrey Tambor, el actor que encarna a Maura, sobrepasa con creces los límites de la "normalidad" estética. Vamos, hablando mal y pronto, que es rematadamente feo. Sé que esto va a sonar asquerosamente frívolo y superficial, pero jamás antes había visto una cara más rara ni una boca más extraña. La cara de este actor es como un emoji triste, algo que ninguna barra de labios en el mundo podría arreglar de ninguna manera.  Por tanto su transición al género femenino resulta bastante grotesca y poco lograda.

Pero en fin, yendo a lo mollar, aparte de la extraña faz de Tambor, lo que más llama la atención de la serie es la asombrosa concentración por metro cuadrado de personajes pertenecientes al colectivo LGTB. Sí, ya sé que es una historia reivindicativa y pretendidamente transgresora, pero en mi opinión se pasan unos cuantos pueblos dando un giro radical a la realidad y haciendo que 8 de cada 10 personajes sean o lesbianas o gays o trans o de género fluído. Porque para empezar lo que consigue Soloway es que el espectador se distancie mentalmente de esa realidad tan distinta a la suya propia. No sé, es como si quieres reivindicar los derechos de los niños y te inventas un mundo en el que todos son menores de 10 años y sólo hay cuatro adultos por ahí perdidos. Pos como que no cuela.

Y aparte de esa obvia hipérbole numérica llama también la atención lo moderna y liberal que es la comunidad judía. Jamás pude pensar que dentro de esa religión hubiera tal porcentaje de gente aficionada a prácticas como el bondage, el sadomasoquismo, el fetichismo en sus múltiples variantes o el sexo abierto. No sé, siempre he tenido una visión de los judíos mucho más tradicional, así que me he quedado muy gratamente sorprendida por esa propensión al pendoneo y a la vida loca. Quizás debería hacerme judía para conocer a gente divertida.

No, ya en serio, me ha resultado muy difícil empatizar con estos personajes. Caen todos o casi todos como el culo. Son asquerosamente ricos, ególatras, caprichosos y pretendidamente guays. Cool, que dirían ellos. Pero en el fondo son profundamente infumables, nunca piensan en el otro, lo único que les interesa son ellos, ellas, elles y ellis. Y sus comportamientos neuróticos están llenos de tópicos. En lo único que son algo transgresores es en que casi ninguno tiene clara su sexualidad ni su corte de pelo.

En fin, que lo que en principio parecía una propuesta interesante y prometedora se queda en un relato vacuo, con personajes antipáticos, que viven en casas maravillosas y no tienen más preocupación en la vida que mirarse el ombligo y victimizarse exageradamente ante cualquier reproche o comentario crítico de los demás. Vamos, que ni fu ni fa. Que aunque sea transparente, me aburre mucho esta gente.

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