Para empezar me hago una pregunta base: qué pretende Bernardo Bertolucci en el ocaso de su vida con esta su última película sobre un adolescente granulento. Tiene tal vez el maestro nostalgia de su juventud? Echa de menos sus primeros granos y sus primeras pajillas?
En fin, os cuento. La historia es un poco rara y, la verdad, me cuesta catalogarla, clasificarla y sobre todo valorarla. Esto es un chaval que en lugar de irse a pasar una semana a la nieve con sus compañeros de clase prefiere encerrarse clandestinamente él solo en un sótano oscuro, mugriento y abandonado a observar un hormiguero y a escuchar musiquita. En esto que está el chico tan feliz de la vida mirando su hormiguero cuando se le cuela en la guarida una hermanastra yonki y bastante perjudicada, ruidosa y pejiguera a más no poder, que no tiene nada mejor que hacer que joderle el planazo chupiguay que el chaval se ha montado.
Y la mayoría pensaréis: pues la mata o se lían a hostia limpia o algo así. Y los más guarretes pensaréis: guay, incesto a la vista (sobre todo si la tía está buena, que lo está; Tea Falco se llama la moza). Bueno, pues no; la cosa es que congenian y se hacen coleguitas y ella pasa el mono y él se porta con ella como un hermano de pro, cuidándola y limpiándole las vomitonas y demás cochinadas, a pesar de que la tía ha venido a fastidiarle por to el morro sus fantásticas vacances de ermitaño subterráneo.
Choca un poco, no? Choca la historia, chocan los comportamientos de los personajes, chocan los diálogos y choca el desarrollo de la relación. Y sin embargo… no sé, da como ternurilla. El chaval está tan solo y la otra tan pirada y tan sola también que parece obligado que se agarren el uno al otro como a un clavo ardiendo. Y ahí estoy, que si me gusta que si no me gusta. Hombre, no es “El último tango en París” ni mucho menos y tanto los personajes como la relación entre ellos son mucho menos destroyer pero Bertolucci es un tío que cuando se pone a indagar en el alma de la gente casi siempre saca cosas interesantes y toca alguna tecla afectiva en el personal, aunque sea en las pelotas. Y ahí sigo, que si sí que si no, sin terminar de decidirme. Pero ya sabéis lo que se dice: la duda es el primer paso hacia la sabiduría. O algo así.
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