martes, 24 de junio de 2014

El abogado del diablo, by Sidney Lumet

Hay una escena en esta película que es el paradigma de la sarta de despropósitos que constituye el filme al completo. La cuento:

En un momento del juicio se presenta una prueba contra el acusado, una prueba que éste no esperaba. Pues bien, la juez da por terminada la sesión y todo el mundo sale de la sala menos el propio acusado, que se queda ahí sentado, solo y meditabundo; a continuación se levanta tranquilamente y se acerca a la prueba en cuestión, que por supuesto también se ha quedado en la habitación para que cualquiera, incluso él mismo, pueda analizarla, manipularla y hasta destruirla si le place; y como no hay nadie que se lo impida, coge el objeto con sus manitas; no con unas pinzas, ni con unos guantes ni nada... con sus propias manitas; lo contempla con detenimiento, y finalmente asiente, como diciendo: ajajá, cabroncete, ya sé cómo has llegado hasta aquí. Ole ahí "cadena de custodia".

No es, ni mucho menos, el único momento demencial de la peli pero tal vez sea el más absurdo de todos. A partir de ahí qué nos queda? Pues echar unas risas, admirar la gracia y el glamour con los que Rebecca De Mornay luce modelazos legal fashion a lo Ally McBeal y tomarnos el juicio con el cachondeo y la retranca que se merece.

Y el final no puede ser sino un enorrrme bostezo y un nostálgico recuerdo para el Sidney Lumet que un día encandiló al mundo antes de dedicarse a hacer parodias de su propio cine. Y mira que las historias de Lumet siempre han ido bien cargaditas de trampas, pero hombre, esto ya no es una simple fullería... esto es puro y duro cachondeo.

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