EL EMBARAZO
La primera parte de la película la dedica Rémi Bezançon a relatarnos todos los tópicos del subgénero “embarazo” dentro de la comedia romántica. La parejita feliz, la vida loca, escenas de postal, la gran idea: vamos a tener un niño, el test, tengo que darte una noticia, la emoción, contarlo a la familia, la compra del cochecito, la decoración de la habitación, los vómitos matinales, las hormonas revueltas… En fin, qué os voy a contar que muchos no sepáis porque estaréis hartos de ver lo mismo en todas estas pelis.
La cosa transcurre como cabe esperar; es un tema recurrente y cansino que todos los directores repiten casi con idénticos diálogos y planos. Nada que destacar, casi puede el espectador adelantarse punto por punto y coma por coma a las réplicas de los personajes. Hombre, este tipo de cine es simpático y, salvo que tengas una especial aversión al tema, se deja ver gratamente, pero vamos, es perfectamente olvidable y prescindible.
EL BEBÉ
Y llega el parto. Reconozco que ahí lloré, como suelo llorar en todas las escenas de partos, a poco bien hechas que estén. Y ésta estaba muy bien rodada, con mucho realismo y derroche de imágenes tiernas y evocadoras. En fin, las mujeres, sobre todo las madres, con estas cosas siempre nos ponemos moñas porque inevitablemente nos recuerdan a nuestros propios partos, y al ser éstos unos de los momentos más plenos de la vida, pues qué quieres, el moquillo sale casi solo y hay que estar bien atrincherada con el paquete de klinex para que no te pille de improviso.
Pero es a partir de aquí cuando la historia se crece y se convierte en otra cosa. Deja el tono “comedia romántica” y se acerca poco a poco al drama familiar. Los actores cambian el registro jijijaja y se ponen serios; sobre todo la protagonista, Louise Borgoin, demuestra con creces que sabe hacer otra cosa además de pasear palmito y cara guapa. Resulta que lo del niño no molaba tanto como parecía, que los bebés, aparte de ser graciosillos y monísimos, agotan, consumen tu tiempo y tus energías y te convierten en un trapajo; que se te quitan las ganas de todo, de arreglarte, de salir, de follar, de reír, de trabajar, de cualquier cosa que no sea dormir o morirte. La vida, que era maravillosa, de pronto se convierte en una pesadilla y esto Bezançon lo refleja con gran acierto. El tono cambia, los diálogos se hacen mucho más interesantes, los personajes evolucionan, adquieren entidad, y esta segunda parte, mucho mejor que la primera, redime a la película de su trivialidad inicial, aunque eso sí, no es apta para aquéllos que se estén planteando la paternidad. Chicos, un sabio consejo: yo de vosotros no la vería. O sí; la verdad es que aún estáis a tiempo.
La primera parte de la película la dedica Rémi Bezançon a relatarnos todos los tópicos del subgénero “embarazo” dentro de la comedia romántica. La parejita feliz, la vida loca, escenas de postal, la gran idea: vamos a tener un niño, el test, tengo que darte una noticia, la emoción, contarlo a la familia, la compra del cochecito, la decoración de la habitación, los vómitos matinales, las hormonas revueltas… En fin, qué os voy a contar que muchos no sepáis porque estaréis hartos de ver lo mismo en todas estas pelis.
La cosa transcurre como cabe esperar; es un tema recurrente y cansino que todos los directores repiten casi con idénticos diálogos y planos. Nada que destacar, casi puede el espectador adelantarse punto por punto y coma por coma a las réplicas de los personajes. Hombre, este tipo de cine es simpático y, salvo que tengas una especial aversión al tema, se deja ver gratamente, pero vamos, es perfectamente olvidable y prescindible.
EL BEBÉ
Y llega el parto. Reconozco que ahí lloré, como suelo llorar en todas las escenas de partos, a poco bien hechas que estén. Y ésta estaba muy bien rodada, con mucho realismo y derroche de imágenes tiernas y evocadoras. En fin, las mujeres, sobre todo las madres, con estas cosas siempre nos ponemos moñas porque inevitablemente nos recuerdan a nuestros propios partos, y al ser éstos unos de los momentos más plenos de la vida, pues qué quieres, el moquillo sale casi solo y hay que estar bien atrincherada con el paquete de klinex para que no te pille de improviso.
Pero es a partir de aquí cuando la historia se crece y se convierte en otra cosa. Deja el tono “comedia romántica” y se acerca poco a poco al drama familiar. Los actores cambian el registro jijijaja y se ponen serios; sobre todo la protagonista, Louise Borgoin, demuestra con creces que sabe hacer otra cosa además de pasear palmito y cara guapa. Resulta que lo del niño no molaba tanto como parecía, que los bebés, aparte de ser graciosillos y monísimos, agotan, consumen tu tiempo y tus energías y te convierten en un trapajo; que se te quitan las ganas de todo, de arreglarte, de salir, de follar, de reír, de trabajar, de cualquier cosa que no sea dormir o morirte. La vida, que era maravillosa, de pronto se convierte en una pesadilla y esto Bezançon lo refleja con gran acierto. El tono cambia, los diálogos se hacen mucho más interesantes, los personajes evolucionan, adquieren entidad, y esta segunda parte, mucho mejor que la primera, redime a la película de su trivialidad inicial, aunque eso sí, no es apta para aquéllos que se estén planteando la paternidad. Chicos, un sabio consejo: yo de vosotros no la vería. O sí; la verdad es que aún estáis a tiempo.
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