Ésta es la historia de un director de orquesta al que le da un infarto y al hombre, para recuperarse, no se le ocurre nada mejor que refugiarse en el pueblo de su infancia, un lugar gélido e inhóspito invadido por la nieve. Para pasar su convalencencia este señor alquila la antigua escuela, un edificio abandonado donde se instala sin más calefacción que una triste estufita de leña en el centro de la habitación y sin más mueble que un piano. Toma planazo para recuperarse de un infarto!
Por si esto fuera poco, lo primero que el buen hombre hace al llegar a su flamante chabolo es descalzarse, quitarse el abrigo y salir a saltar sobre la nieve prácticamente en pelotas. Toma ya remedio curativo para el corazón! En fin, y éste es sólo el primero de una interminable serie de despropósitos a cuál más alucinante.
En el pueblito el músico se mete a director del coro local, y aquí viene ya el flipe total. Al coro no le falta un detalle, todas las problemáticas sociales se tocan, imposible encontrar en el mundo un coro más completito: tenemos a una mujer maltratada que canta con el ojo permanentemente morado; tenemos a un minusválido psíquico (lo que toda la vida de Dios, antes de que nos entrara el yuyu de la ultracorrección, se ha llamado un retrasado mental); tenemos a una muchacha pendoncete ávida de redención y de amor verdadero; tenemos a un gordito acomplejado que padeció acoso escolar en su infancia; tenemos a la señora del párroco luterano, problematizada porque su marido se la casca tutiplén en secreto pero a ella ni flores; tenemos a la típica estricta gobernanta reprimida que no entiende los métodos poco ortodoxos del nuevo director… En fin, creo que el repertorio de problemáticas sociales no se deja a nadie en el tintero. Tal vez, si nos ponemos tiquismiquis, podríamos quejarnos de que en el coro no hay ni un alcohólico. Vaya por Dios, se le ha escapado a Pollak un buen borrachuzo al que la música consiga liberar del alcohol.
En definitiva, que con la excusa del coro, Kay Pollak le pega un repaso a la sociedad sueca que te cagas; una sociedad tarada a más no poder que convierte a la sociedad española en un dechado de salud mental y ejemplaridad. Si tenemos que fiarnos de la mayor parte de escritores y directores de cine suecos habremos de concluir forzosamente en que la sociedad sueca es con diferencia la más perjudicada y la más enferma del mundo mundial. Eso, o es que estos muchachos tienden un poco a la hipérbole como expresión artística.
De todos modos, mirándolo desde el punto de vista positivo, ver una peli sueca supone una inyección de autoestima para el espectador de cualquier otro país. No está mal por tragarse un ratillo de desgracias a la sueca, no os parece? Y a mí de paso me ha dado la ocasión de escribir mi crítica número 1111 y plantarle un pedazo de 1 de nota.
Por si esto fuera poco, lo primero que el buen hombre hace al llegar a su flamante chabolo es descalzarse, quitarse el abrigo y salir a saltar sobre la nieve prácticamente en pelotas. Toma ya remedio curativo para el corazón! En fin, y éste es sólo el primero de una interminable serie de despropósitos a cuál más alucinante.
En el pueblito el músico se mete a director del coro local, y aquí viene ya el flipe total. Al coro no le falta un detalle, todas las problemáticas sociales se tocan, imposible encontrar en el mundo un coro más completito: tenemos a una mujer maltratada que canta con el ojo permanentemente morado; tenemos a un minusválido psíquico (lo que toda la vida de Dios, antes de que nos entrara el yuyu de la ultracorrección, se ha llamado un retrasado mental); tenemos a una muchacha pendoncete ávida de redención y de amor verdadero; tenemos a un gordito acomplejado que padeció acoso escolar en su infancia; tenemos a la señora del párroco luterano, problematizada porque su marido se la casca tutiplén en secreto pero a ella ni flores; tenemos a la típica estricta gobernanta reprimida que no entiende los métodos poco ortodoxos del nuevo director… En fin, creo que el repertorio de problemáticas sociales no se deja a nadie en el tintero. Tal vez, si nos ponemos tiquismiquis, podríamos quejarnos de que en el coro no hay ni un alcohólico. Vaya por Dios, se le ha escapado a Pollak un buen borrachuzo al que la música consiga liberar del alcohol.
En definitiva, que con la excusa del coro, Kay Pollak le pega un repaso a la sociedad sueca que te cagas; una sociedad tarada a más no poder que convierte a la sociedad española en un dechado de salud mental y ejemplaridad. Si tenemos que fiarnos de la mayor parte de escritores y directores de cine suecos habremos de concluir forzosamente en que la sociedad sueca es con diferencia la más perjudicada y la más enferma del mundo mundial. Eso, o es que estos muchachos tienden un poco a la hipérbole como expresión artística.
De todos modos, mirándolo desde el punto de vista positivo, ver una peli sueca supone una inyección de autoestima para el espectador de cualquier otro país. No está mal por tragarse un ratillo de desgracias a la sueca, no os parece? Y a mí de paso me ha dado la ocasión de escribir mi crítica número 1111 y plantarle un pedazo de 1 de nota.
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