miércoles, 25 de marzo de 2015

Camarón, by Jaime Chávarri

No cabe duda de que el interés de un film biográfico radica en gran medida en el propio interés del personaje cuya vida se cuenta. Y ahí está el principal fallo de esta película, que Camarón, al menos como nos lo cuenta Jaime Chávarri, era una especie de mix de estereotipos: respondía a la perfección a todos los tópicos del gitano tradicional de toda la vida de Dios y, por si esto fuera poco, también a los del artista de éxito.

Como buen estereotipo gitano, era semianalfabeto, machista a más no poder, chulillo, hortera y ostentoso hasta la náusea (el joyerío que me llevaba el colega y sus looks totales gipsy no tenían desperdicio) y como buen estereotipo de artista de éxito se le muestra caprichoso, egocéntrico y haciendo la vida imposible a todos los que le rodeaban, que tenían que someterse a las ventoleras del genio conforme le iban dando.

Qué era Camarón a fin de cuentas? Pues eso, un tío que respondía a todos esos estereotipos, y que probablemente se sentía muy orgulloso de ellos, pero que había nacido con un “don”, según dicen los que saben, y eso y sólo eso lo hacía diferente. Yo, aunque me pongan a parir por lo que voy a decir, no entiendo nada de flamenco y tampoco es un tipo de música que me enloquezca, así que para mí Camarón canta exactamente igual que cualquier flamenquillo borrachuzo de ésos que vemos por la tele en las juergas gitanas. Vamos, que en “Carmina o revienta” salen unos cuantos que no les noto yo mucha diferencia con este señor. Supongo que a más de un forofo le estará dando ahora mismo un soponcio al leer esto.

Y bueno, si salimos de los estereotipos personales, entramos en los sociales, y ahí tenemos a esos gitanitos cantando, bailando y tocando las palmas para una panda de payos pijos y ricachones que pagan millonadas por presenciar una juerga flamenca in situ en alguno de esos tablaos específicamente diseñados para satisfacer todos los topicazos relacionados con lo calé. En fin, un asquito.

Por lo demás, todo echa un tufillo hagiogŕáfico un poco nauseabundo. Por ejemplo, la visión de su matrimonio con “La Chispa”, que al parecer adoraba a su marido… pues no sé. Yo creo que lo de convivir con un yonky no es algo muy fácil ni muy agradable, por muy gitana que una sea y muy dispuesta que esté a aguantar todo lo que le echen. Los adictos son personas muy difíciles para mantener una relación, así que no me creo nada de esa idílica historia de amor que Chávarri nos intenta colar. La escena del teatro, cuando Camarón ya es consciente de su enfermedad, con esos primeros planos sucesivos y lacrimógenos del cantaor, del amigo detrás de bambalinas y de “La Chispa” llorando en su butaca, de verdad, es para echar hasta la primera papilla.

En fin, esta película en mi opinión sólo tiene un interés: la música. Y eso sólo para los forofos del flamenco y muy concretamente del famoso cantaor. Indiscutiblemente eso es lo mejor del film. Hay quien ensalza también la interpretación de Óscar Jaenada, que efectivamente es un calco del artista. Pero vamos, que yo he visto imitaciones casi igual de buenas en “Tu cara me suena”.

A estas alturas pienso que interpretar es una cosa distinta a aprenderte de memoria los gestos y la manera de hablar de un personaje famoso y repetirlos hasta la saciedad. Por la proliferación de biopics que hay últimamente está visto que con un buen maquillaje, una buena caracterización y un concienzudo trabajo de observación del personaje, para un profesional este tipo de papeles no deben de ser tan complicados. Mucho más complejo me parece a mí hacer una buena interpretación con un personaje anónimo, contenido y sin tanta parafernalia estilística, sinceramente.

2 comentarios:

  1. A mí me repugna todo ese flamenqueo gitanuzo, y para desgracia mía vivo en la cuna de ese señor. Como me machacan con la propaganda turística del cantante de marras, una vez me cobré mi pequeña venganza. Te lo cuento: en los bares de por aquí es habitual que haya enmarcada una gran foto del "artista", con melena rizada y negra. Me recordaba vagamente a otro personaje. Así que ahí estaba yo, en uno de aquellos baretos, con alguna copa en mi cuerpo serrano, cuando llamo al camarero y muy serio le pregunto:

    — Disculpe, caballero, ¿por qué en muchos bares de esta ciudad tienen una foto de Rambo?

    Si las miradas mataran...

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  2. Uy, Kowalski, qué malo! Te voy a tener que prestar mi tridente.

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