sábado, 9 de mayo de 2015

La grandeza de vivir, by Anthony Byrne

De toda la vida de Dios me han dado un montón de repelús las historias de viejos cascarrabias que se van enterneciendo gracias a que llega alguien que les da cañita brava y los pone en su sitio haciéndoles ver lo tiranos e insoportables que son. Al respecto, véase mi crítica de "Paseando a Miss Daisy", donde pongo bien a caldo este tipo de historias y dejo bastante claro que el único final aceptable para ellas es cargarse a los viejos, y si es posible con terribles y acojonantes torturas previas.

Dicho esto tengo que reconocer que a mí esta peli me ha gustado bastante más que la de la aborrecible Miss Daisy. Y añado que me creo mucho más la transformación súbita de estas cacatúas que la de la susodicha y redicha Miss.

Bueno, no, no es verdad; lo cierto es que no me creo nada. Madre mía, confesar esto me va a costar fijo algún disgusto, pero tengo que reconocer que lo que me ha llegado al alma es el espíritu claramente navideño que destila este film, maxime cuando lo he visto en un momento aún más claramente antinavideño, como es el mes de mayo. Ésa ha sido mi perdición.

Os lo digo desde ya: nunca os pongáis a ver una película con reminiscencias navideñas fuera de temporada. Porque al no estar inmunizado contra el clásico empalagamiento de las fechas, te pilla por la espalda y a traición, y puede hasta tocar ese puntito tontorrón que todos tenemos (y si no, desmiéntemelo).

Si a eso le añades que las pelis de vejestorios tienen el aliciente de que puedes disfrutar de los últimos coletazos de auténticas bestias de la interpretación como Vanessa Redgrave (pedazo de tía, vieja y todo) o la grandísima Imelda Staunton, pues ya tiene explicación esta inesperada crítica llena de asquerosa benevolencia. Por ahí se va a librar Anthony Byrne, porque a mí en un día tonto como éste es muy difícil pillarme. Byrne, en la próxima iré mucho mejor armada contra tus vomitivas tácticas de seducción, que lo sepas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario