domingo, 24 de febrero de 2013

Mi nombre es Harvey Milk, by Gus Van Sant


Conozco a un tipo que es gay y facha al mismo tiempo. Sí, ya sé, es algo así como ser negro y del Ku-Klux-Klan o judío neonazi, pero ese tipo de gente existe. Es así y hay que asumirlo. Cuando le preguntas a este tipo por el matrimonio homosexual dice que es un pego y que él no necesita casarse. Ya, bueno, y yo tampoco y sin embargo no por eso voy  por ahí lanzando proclamas incendiarias contra el matrimonio hetero, por mucho que me parezca una institución caduca, obsoleta y rancia a más no poder.

Y a qué viene esto? Dirá alguno. Pues viene a que precisamente en esta película Gus Van Sant nos muestra los primeros movimientos en Estados Unidos por los derechos civiles de los homosexuales y la relación de éstos con la política. El tal Harvey Milk, que como empresario venía de una mentalidad liberal republicana, se ve obligado por su condición sexual a replantearse su posición, y se convierte en el primer político abiertamente gay que se presenta a unas elecciones con su condición sexual como referente. En ese aspecto la película es interesante, incluso necesaria. Está bien que alguien nos haga recordar de vez en cuando la tremenda lucha que ha hecho falta hasta llegar al día de hoy, con una serie de derechos asumidos por la sociedad que aunque creamos ya consolidados, para nada, que ahí siguen los del crucifijo in pectore pugnando por recuperar terreno.

Lo que no me gusta de la película es la falta de coherencia del director. Por qué Van Sant, que nos habla de la homosexualidad y de los derechos civiles del colectivo gay, es tan timorato con la cámara? Por qué cuando Sean Penn y James Franco se besan (supercastamente, todo hay que decirlo, plan piquito y leve restregón de morros) aparece un súbito fundido en negro, o se va difuminando la luz hasta la siguiente escena? Bueno, y como dice el chiste, ya de follar ni hablamos.

Volvemos a lo mismo de siempre: quiero reivindicar algo pero no quiero herir demasiado la sensibilidad del espectador que sienta cierta repugnancia ante la imagen de dos tíos metiéndose la lengua hasta la garganta o sobándose o directamente echando un polvo. Ante todo no asustar al público.

Joder, y eso es justamente de lo que abominaba el propio Milk, según se desprende de la película: de la falta de valentía para mostrarse como uno es, de los armarios cerrados, del terrible mal que ese ocultismo hace a la causa, porque cuánta gente hay que se muestra abiertamente homófoba sin complejos porque no sabe que la persona que está tomando café a su lado o que trabaja en la mesa contigua es homosexual? Y ahora viene un director que quiere contarnos una historia de arrojo y osadía y el tío va... y se caga por la patilla!!!! Pues eso, un quiero y no puedo, un sí pero no, un puro y duro coitus interruptus.

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