La cosa va de un tipo (Ricardo Darín) al que le da un yuyu un día viendo entrar a un alumno a su clase y decide que el chaval es un asesino. Cómo, por qué, de dónde se saca esta idea. Ah, pues no se sabe. Por lo visto dice Darín que hay que estar muy atento a los detalles pero yo por más atenta que he estado no me he enterado de nada.
Los “detalles” son: un colgante con forma de mariposa, el folleto de una exposición, una charla enigmática sobre pruebas de paternidad… El resultado es que en las críticas que he leído a posteriori hay tesis para todos los gustos. Ahí van algunas:
1. Ricardo Darín es un neurótico con transtorno obsesivo-compulsivo.
2. Ricardo Darín lleva razón y su alumno es el asesino.
3. Ricardo Darín es el verdadero asesino.
4. Ricardo Darín está dormido y todo ha sido un sueño.
5. Ricardo Darín es el padre biológico del asesino.
6. Ricardo Darín no existe; en realidad está muerto.
Así nos deja Hernán A. Golfrid después de dos horas de película, con dos palmos de narices, cara de gilipollas, la boca abierta y la mandíbula colgando.
Dos horas tragándote una historia de intriga para que al final, con suerte, puedas plantear una tesis peregrina sobre lo que acabas de ver. Vamos, una puta mierda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario