viernes, 3 de enero de 2014

Munich, by Steven Spielberg

Para empezar, que quede claro que no dudo ni por un segundo que esta película esté basada en hechos reales. Y no sólo que esté basada, sino que se atenga al cien por cien a los acontecimientos tal y como ocurrieron. Y por qué no dudas, se preguntará alguno. Pues no dudo porque toda la serie de hechos que se suceden a lo largo de la cinta son tan absolutamente absurdos y demenciales que sólo pueden ser concebidos desde la perspectiva real de una mente tarada, absurda y demencial dedicada a la política activa.

Vamos a ver, tú eres el jefe de los servicios secretos de un país y quieres vengarte de una panda de terroristas que en su día asesinaron a una serie de personas de tu nacionalidad. A todo esto los terroristas andan desperdigados por el mundo viviendo cada uno a tomar por culo de los demás. Qué harías. Te voy a dar dos opciones:

A.  Eres un ser práctico e inteligente, por algo has llegado a jefe de los servicios secretos de tu país, así que localizas a los tipos y contratas en cada uno de los países en los que están a un profesional que por un módico precio te solucione el problema sin necesidad de grandes inversiones logísticas ni de personal. Pongamos que, como mucho y sólo contando con los mejores, te salga cada venganza por unos 100.000 dólares. Mira, merece la pena, como son once por algo más de un millón te has quitado de en medio a los indeseables que mataron a tu gente.

B. Montas un equipo compuesto por un pastelero, un profe, un gafapastas y uno que hizo un cursillo en los Servicios Secretos hace la tira de años... Este último, que es Eric Bana, un tipo bastante buenorro pero con una cara de lacio que pa qué, será el jefe... Ninguno ha matado nunca a nadie ni ha montado una bomba ni nada pero te dedicas a tenerlos un año entero viajando de un sitio a otro, pagando 250.000 dólares a unos mafiosillos franceses por cada objetivo que les localicen (250.000 euros por decirte la ciudad: éste en Beirut, éste en Atenas, éste en Nueva York... Te vayas tú a creer que por ese precio te van a decir la calle!) y manteniendo a los cuatro fantásticos paseándose de un sitio a otro del mundo elaborando bombitas caseras y haciendo las memeces propias del aficionadillo que no ha matado a una hormiga en su vida.

Opción A u opción B? Bueno, pues Golda Meir y su intrépido jefe del Mossad eligen la opción B, no me preguntéis por qué. Contratan a una panda de chapuceros que no tienen ni idea de cómo se carga uno a un terrorista y los mandan a viajar de aquí para allá pegándose la vida padre y elaborando patéticos artefactos caseros de dudosa eficacia, algunos de los cuales están a punto de provocar la III Guerra Mundial. Por qué? Pues repito, ni idea. Drogas? Alcohol? No sé, sólo sé que la mayoría de mandatarios mundiales probablemente cometerían la misma estupidez y por eso digo que no me cabe la menor duda de que estos hechos son reales y hasta suprarreales. Porque desafían a todas las leyes del sentido común, como de hecho suelen desafiarlas casi todos los políticos del mundo.

El amigo Steven Spielberg una vez más lleva a la gran pantalla una historia sobre el espíritu de supervivencia y lucha del pueblo israelí, y lo que consigue es que el espectador medianamente crítico se plantee hasta qué punto pueden estar tarados los dirigentes israelíes para cometer tantas estupideces juntas y para hacer las cosas tan cochinamente mal. Vale que les sobre la pasta y elijan gastarse 10 millones de euros por lo mismo que podían haber hecho por uno, pero... para qué. Y encima los muchachos que sobreviven (pocos, aviso desde ya) terminan supertraumatizados y sin querer saber más nada del Mossad y casi que de Israel. Joder, con lo fácil que hubiera sido lo de los matones de oficio. Ya te digo.

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