Ésta es la historia de un adolescente que, como todos los individuos de su edad y sexo, anda más salido que el pico una plancha y no le hace ascos a nada, siempre y cuando entre las piernas tenga un agujero, sin importar su tamaño, antigüedad, condiciones de uso o nacionalidad. La peculiaridad es que las andanzas de este muchacho transcurren durante nuestra guerra civil y la consiguiente posguerra, que por una vez y sin que sirva de precedente, se nos muestran como épocas bastante lúdicas de nuestra historia, en las que a pesar del hambre y las dificultades la gente se lo pasaba pipa de cintura para abajo.
El chaval en cuestión, en sus primeros años de iniciación, está interpretado por un guapo mocito de unos 15 años al que dan más ganas de darle un par de tortas y mandarlo a la cama sin postre que de follárselo. No sé, será porque tengo un hijo de su edad con la misma cara de pánfilo y desnortado, pero como que da un poco de repelús imaginar a una señora mayor haciéndole un apaño. Aunque bien mirado, para que se estrene con una choni llena de tatus hasta en la punta del clítoris tengo que decir que es mil veces preferible que lo coja por banda una dama algo más preparada en estas lides.
Supongo que en los tiempos pacatos que corren al director, Manuel Lombardero, le acusarían sin preámbulo ni compasión de pederasta en potencia, o de apología de la pederastia. Como la peli es de 1997, vamos, de hace casi 20 años, de unos tiempos en los que aún no habíamos llegado al grado de gilipollez y atontamiento general que existe en la actualidad con el tema de los menores, por ahí se ha librado Lombardero.
Al personaje principal lo interpreta, de más crecidito, un jovencísimo Juan Diego Botto, al que ya dan un poco más de ganas de tirárselo que al quinceañero del principio. Como digo, el protagonista de la peli no parece pasarlo muy mal durante la guerra y la posguerra, y algo me dice que Botto tampoco lo debió pasar demasiado mal durante el rodaje, con la cantidad de hermosas señoras y señoritas que pasan por sus manos. Al menos tiene durante toda la cinta una cara de felicidad muy difícil de fingir si uno no está encantado de la vida. Desde aquí mi más sincera enhorabuena por un papel tan dichoso y lleno de satisfacciones a tan tierna edad..
El chaval en cuestión, en sus primeros años de iniciación, está interpretado por un guapo mocito de unos 15 años al que dan más ganas de darle un par de tortas y mandarlo a la cama sin postre que de follárselo. No sé, será porque tengo un hijo de su edad con la misma cara de pánfilo y desnortado, pero como que da un poco de repelús imaginar a una señora mayor haciéndole un apaño. Aunque bien mirado, para que se estrene con una choni llena de tatus hasta en la punta del clítoris tengo que decir que es mil veces preferible que lo coja por banda una dama algo más preparada en estas lides.
Supongo que en los tiempos pacatos que corren al director, Manuel Lombardero, le acusarían sin preámbulo ni compasión de pederasta en potencia, o de apología de la pederastia. Como la peli es de 1997, vamos, de hace casi 20 años, de unos tiempos en los que aún no habíamos llegado al grado de gilipollez y atontamiento general que existe en la actualidad con el tema de los menores, por ahí se ha librado Lombardero.
Al personaje principal lo interpreta, de más crecidito, un jovencísimo Juan Diego Botto, al que ya dan un poco más de ganas de tirárselo que al quinceañero del principio. Como digo, el protagonista de la peli no parece pasarlo muy mal durante la guerra y la posguerra, y algo me dice que Botto tampoco lo debió pasar demasiado mal durante el rodaje, con la cantidad de hermosas señoras y señoritas que pasan por sus manos. Al menos tiene durante toda la cinta una cara de felicidad muy difícil de fingir si uno no está encantado de la vida. Desde aquí mi más sincera enhorabuena por un papel tan dichoso y lleno de satisfacciones a tan tierna edad..
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