No había llorado tanto viendo una película desde "El jardinero fiel".
Qué coño! No había llorado tanto viendo una película nunca.
Porque empecé a llorar ya desde los títulos de crédito.
Y seguí llorando y llorando como una pupa viva.
Y los últimos quince minutos ya no era llorar, era todo un río.
Y con los créditos finales las lágrimas seguían cayendo sin parar.
Y media hora después seguía y seguía.
Y una hora después me había derramado toda.
Y ya no era por la peli, ya era porque el solomillo se me había quemado.
Y porque la cara del chico moribundo me sonaba demasiado familiar.
Y porque la cisterna hijadeputa no paraba de gotear.
Y porque pensé que se me podían caer las pestañas de tanto llorar.
Y porque me dio pavor de lo fea que estaría sin pestañas.
Y porque también pensé que las lágrimas son salinas y resecan el cutis.
Y porque descubrí entre tanta llantina una telaraña en la lámpara.
Y porque ya la propia inercia de mi lacrimal era imparable.
Decidido: no volveré a ver una de Hattie Dalton... sin 20 paquetes de klinex.
Y no podré volver a ver la cara de Benedict Cumberbatch sin hartarme de llorar.
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