David es un desastre de tío. Vive en el caos más absoluto y ha conseguido llegar a los 40 sin haber hecho en la vida nada de provecho. Bueno, nada nada no; en realidad ha hecho bastante. En sus años mozos David fue un pajillero incansable (en argot actual, un “adicto al sexo”) y el muchacho decidió sacar algún partido pecuniario de su afición y se dedicó a donar semen en cantidades industriales a una clínica de inseminación de su barrio. De resultas de estas transacciones comerciales, David es padre biológico de 533 hijos que, por una filtración de la clínica, terminan sabiendo el nombre de guerra de su papá, que no es otro que “Starbuck”. A partir de esta filtración un montón de esos pequeños espermatozoides evolucionados deciden ponerse en contacto con el dueño del bichito que les dio la vida.
La historia es divertidísima y tiene tela para sacarle punta; de hecho, Ken Scott, el director, se la saca y exprime bastante la vena humorística. En los encuentros de David con sus “hijos” hay momentos buenísimos, puesto que entre tanto descendiente le ha salido de todo: un futbolista, un gótico, un músico callejero, una yonki, un paralítico cerebral, un gordito borrachuzo… Y de repente él les quiere arreglar la vida a todos y formar una especie de “gran familia” alternativa que acoja en su seno a ese medio millar de espermatozoides perdidos y desperdigados por el mundo de los que se siente un poco responsable. Incluso llega a haber convenciones de “hijos de Starbuck”.
Sin embargo hay un momento en el que la parte humorística prácticamente desaparece y la peli se convierte en otra cosa que no se sabe muy bien qué es, si un cuento con moraleja, si un canto a la paternidad responsable, si un llamamiento a la donación de semen, si una elegía por las pajas del pasado… Creo que Scott se pierde entre tanto espermatozoide suelto y ya no consigue encontrar el camino de vuelta a la comedia. De todas formas se pasa un buen rato y tiene escenas impagables. Puede que no sea una obra de arte pero qué coño, te ríes.
La historia es divertidísima y tiene tela para sacarle punta; de hecho, Ken Scott, el director, se la saca y exprime bastante la vena humorística. En los encuentros de David con sus “hijos” hay momentos buenísimos, puesto que entre tanto descendiente le ha salido de todo: un futbolista, un gótico, un músico callejero, una yonki, un paralítico cerebral, un gordito borrachuzo… Y de repente él les quiere arreglar la vida a todos y formar una especie de “gran familia” alternativa que acoja en su seno a ese medio millar de espermatozoides perdidos y desperdigados por el mundo de los que se siente un poco responsable. Incluso llega a haber convenciones de “hijos de Starbuck”.
Sin embargo hay un momento en el que la parte humorística prácticamente desaparece y la peli se convierte en otra cosa que no se sabe muy bien qué es, si un cuento con moraleja, si un canto a la paternidad responsable, si un llamamiento a la donación de semen, si una elegía por las pajas del pasado… Creo que Scott se pierde entre tanto espermatozoide suelto y ya no consigue encontrar el camino de vuelta a la comedia. De todas formas se pasa un buen rato y tiene escenas impagables. Puede que no sea una obra de arte pero qué coño, te ríes.
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