martes, 27 de diciembre de 2011

Matar a un ruiseñor, by Robert Mulligan

Ingredientes para un clásico:

Una niña narradora repelente y sabihondilla.

Un pueblito sureño americano con sus típicos conflictos raciales de toda la vida de dios.

Un juicio en el que los blancos se sientan abajo, los negros arriba, el acusado es negro, y el jurado todos blancos. Se sienten, coññññño!

Un personaje misterioso que vive en una casa misteriosa y deja misteriosos regalos en el hueco de un árbol.

Un borracho desquiciado, analfabeto y blanco, resentido contra la humanidad y con ganas de venganza.

Un negro que es un buenazo, injustamente acusado de un crimen que obviamente no ha cometido pero del que todos los blancos racistas le acusarán.

Un abogado noble, equidistante, buenagente, padrazo, viudo ejemplar, vecino modélico y de moral intachable.

Una criada-niñera negra, al más puro estilo  "Lo que el viento se llevó".

Y ya tenemos un clásico.

Y si Gregory Peck hace el papel de abogado es Oscar seguro.

Qué falla? Pues, menos Peck, que está estupendo como siempre, todo lo demás: la niña repelente, los topicazos sureños, el cutrejuicio, la historia del vecino misterioso, el blanco borracho y malísimo, el negro cacho pan, y sobre todo... que desde el principio sabes perfectamente el final.

Que es un clásico y que está considerada como una de las diez mejores películas de la historia del cine? Ya, bueno, y qué?

Hasta hace un par de días Gadaffi era casi el mejor amigo de Occidente de todo el mundo árabe. Y hoy es una mierda muerta y enterrada y sus asesinos unos héroes. Lo que demuestra que no hay mal que cien años dure y que... la vida es una tómbola, tom-tom-tómbola.

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