domingo, 31 de marzo de 2013

Réquiem por un sueño, by Darren Aronofsky


Vale vale vale, prometo que no me voy a drogar nunca nunca nunca, pero por favorrrr, Aronofsky, no sigaaasssss!!!!

Yo la verdad es que no sé qué le pasa a este hombre que en todas sus películas intenta ponerle al personal el peor cuerpo posible. Desde luego en el pecado llevamos la penitencia porque todos sabemos cuando nos ponemos a degustar su cine a lo que vamos, y el que más y el que menos tiene preparados la escupidera por si los vómitos, los klínex para las lágrimas y el sudor (difícilmente para el semen, aunque pervertidos hay en todas partes), y el botiquín de primeros auxilios listo para intervenir.

Si yo ya sabía que la droga es mala, que engancha (por eso se llama droga, si no se llamaría... no sé, limonada, por ejemplo). Y también sabía lo del mono, y lo de las alucinaciones, y lo de la gente que no vive más que para la próxima dosis... si todo eso lo sabía ya. Qué me ha aportado, pues, esta demencial película?

Una sobredosis de angustia vital con mal rollo impresionante.

Una sobredosis de estética videoclipera a cámara loca.

Una sobredosis de música esquizoide.

Una sobredosis de frigoríficos que saltan.

Una sobredosis de programas de televisión vomitivos.

Una sobredosis de pelos infernales de Ellen Burstyn, pobre mujer.

Una sobredosis de mechas californianas de Jennifer Connelly.

Una sobredosis de pupilas dilatadas.

Una sobredosis de polvos blancos, cucharillas y jeringuillas.

En definitiva... una sobredosis de horror sólo soportable si tienes cerca un bote de Prozac y otro de Tranquimazín. Resumiendo, Aronofsky es esa clase de director que al intentar concienciarte de lo malísima que es la droga en realidad no hace otra cosa que empujarte inexorablemente a ella.

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