PRIMERA CITA.
La declaración. Quizás la historia más sosita. Va de lo que cuesta declararse, sobre todo si eres cojo y pelín tartaja. Lo mejor en estos casos es declararse por escrito o por señas, y hoy en día, por guasap o por el twitter. Como digo, la más flojita de las ocho historias, aunque la presencia de José Luis García Pérez es definitiva para salvarla de la quema. Y con esto damos una oportunidad a estos chicos y continuamos con la serie.
SEGUNDA CITA.
Enamorarse. Aquí un pollo que se cuelga de una tía después de un polvo desastroso en una noche de juerga. Uffff, vamos progresando pero no llegamos. El pollo es un poco plasta y no se entiende demasiado bien por qué la tía no lo manda al carajo en cuanto se despierta y se encuentra su careto en la almohada. Progresamos, sí, pero regulín.
TERCERA CITA.
La cita propiamente. Podría formar parte de un gag humorístico sobre lo que pensamos los tíos y las tías cuando quedamos con alguien. Hay un programa en la tele que hace sketches de estos y ya queda un poco visto, pero con todo y con eso está gracioso porque el tipo es un auténtico friki y la caga permanentemente. Simplemente pasable. A ver qué pasa con el siguiente.
CUARTA CITA.
Familia. Aquí sube el nivel considerablemente, porque está claro que Romano y Sorogoyen, los dos flamantes directores, han optado a hierro por el esperpento, y además la cosa les funciona. Meten a un pretendiente pijo en una familia completamente desquiciada, en la que no falta ni siquiera el padrastro argentino. Una historia francamente divertida. Y tampoco es ajena la presencia de García Pérez, que está pa comérselo en su papel. Muy buena. Chicos, vamos mejorando.
QUINTA CITA.
La rutina. Esta parte podría haber resultado un auténtico coñazo porque el guión flojea y es como muy predecible, pero ayyyyy... está la grandísima Adriana Ozores, que es un tsunami de mujer y que ella solita convierte esta nanohistoria en puro arte. La rutina en la pareja efectivamente puede ser mortal pero Ozores la convierte en un arma letal de necesidad. Adriana genial, sobre todo al final.
SEXTA CITA.
Los celos. Por el tema y tal, que está supertrillado, podría haber quedado una mamarrachada pero el planteamiento mola bastante. Se trata de una cena de amigos en la que una pareja se enfrenta al ex perfecto y maravilloso de ella. Una prueba bomba, vive Dios. Y digo que el plantamiento mola porque se basa en primeros planos; casi todo son caras y gestos demoledores: él, ella, el ex, los amigos... Un enfoque muy bueno, sí señor. Y la cosa queda... ahí, que no sabes muy bien.
SÉPTIMA CITA.
La superación. Entramos en la parte destroyer de la cinta. El tipo al que su novia ha abandonado y se va con sus amigos en plan "living la vida loca" a recuperar el tiempo perdido. Bueno, quién no ha vivido esto alguna vez, no? Drogas, alcohol, noches sin fin, tías, tíos, lo que tercie... A estas alturas la peli ha mejorado ostensiblemente y ha encontrado su tono. Y el tono es francamente humorístico. La noche de disco es real como la vida misma. Basta ir un día medianamente sobrio a un after para ver desbarres mil de éstos y disfrutar como una mona viendo a la gente hacer el canelo. Muyyyy bueno.
OCTAVA CITA.
El reencuentro. Tachán tachán, la cosa ha ido in crescendo y ha funcionado. Deja para el final lo mejor, los reencuentros. Ésos que todos hemos vivido alguna vez o, por lo menos, que hemos soñado con vivir. Reencuentros con el ex, con el chico del insti que te gustaba, con la chica del supermercado, con tu vecina de abajo con la que soñabas y manchabas las sábanas... En fin, esos reencuentros, que pueden producirse o no, pero que hay que ver lo que molan en las fantasías. Y por supuesto... José Luis García Pérez vuelve a brillar. Tengo que felicitar a Peris Romano y Rodrigo Sorogoyen porque, con sus más y sus menos, han hecho un trabajo notable y prometedor. Y porque además han sabido dejar lo mejor para el final. Felicidades, chicos, y a seguir en ello.
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