John Wells realiza esta adaptación de la obra teatral del mismo título escrita por el dramaturgo Tracy Letts, que por cierto también firma el guión. La obra ganó el Pulitzer en 2008 y por lo visto fue un exitazo en Broadway, así que me imagino que Wells decidió aprovechar el tirón y apostar a caballo ganador.
Por lo general me suelen gustar bastante estas historias de reuniones familiares porque me recuerdan mucho a algunas familias que conozco y casi le puedo poner nombres y apellidos de personas reales a cada personaje. Lo que ocurre en esta ocasión es que están todos tan sumamente tarados que es imposible encontrar en ninguna familia un ramillete tan completo de piramientos varios: la madre drogata, el padre alcohólico, las hijas a cuál más perjudicada, los yernos para echarlos a los marranos, y la única nieta sale vegetariana porque dice que si comes carne comes el miedo de los animales. Vamos, línea y bingo.
Pero la cosa no queda ahí, qué va. Si fuera sólo eso, tendría un pase. Pero es que para colmo no paran de soltar secretos de familia; cada cinco minutos un secretillo, que si éste no es hijo de su padre sino de su tío, que si la otra sacó furtivamente la pasta de la caja fuerte, que si tal que si cual… Total, una familia que no gana para sustos y sorpresas. Y claro, ya tanto conflicto familiar como que mosquea un poco y resulta, no ya poco verosímil, sino directamente el despiporre.
Y por si todo esto fuera poco, la protagonista es una Meryl Streep más paroxísmica que nunca; un auténtico dechado de tics y aspavientos sin fin. A ella, que no le hace falta tampoco mucho para darle al baile de San Vito, encima se pone a interpretar a una pastillera con tendencia a la histeria, toma ya, os podéis hacer una idea. Por supuesto, la tropegésima nominación al Oscar estaba cantada.
En desconcertante contraste, Julia Roberts no mueve un solo músculo de la cara en las dos horas que dura la película. El mismo gesto desde el minuto uno hasta el final. Y claro, ves a la una pegando botes todo el rato y con la cara de niña del exorcista que se le pone a la Streep cuando le da el telele, y a la otra con la cara de palo, y es una paranoia.
Dicen que Tracy Letts es el niño malo malote de la dramaturgia americana contemporánea, pero yo, si esto es una muestra de lo que este tío sabe hacer, lo veo más como un caricaturista con oficio. Quienes lo comparan con Tennessee Williams, sinceramente, creo que no tienen ni puta idea.
Por lo general me suelen gustar bastante estas historias de reuniones familiares porque me recuerdan mucho a algunas familias que conozco y casi le puedo poner nombres y apellidos de personas reales a cada personaje. Lo que ocurre en esta ocasión es que están todos tan sumamente tarados que es imposible encontrar en ninguna familia un ramillete tan completo de piramientos varios: la madre drogata, el padre alcohólico, las hijas a cuál más perjudicada, los yernos para echarlos a los marranos, y la única nieta sale vegetariana porque dice que si comes carne comes el miedo de los animales. Vamos, línea y bingo.
Pero la cosa no queda ahí, qué va. Si fuera sólo eso, tendría un pase. Pero es que para colmo no paran de soltar secretos de familia; cada cinco minutos un secretillo, que si éste no es hijo de su padre sino de su tío, que si la otra sacó furtivamente la pasta de la caja fuerte, que si tal que si cual… Total, una familia que no gana para sustos y sorpresas. Y claro, ya tanto conflicto familiar como que mosquea un poco y resulta, no ya poco verosímil, sino directamente el despiporre.
Y por si todo esto fuera poco, la protagonista es una Meryl Streep más paroxísmica que nunca; un auténtico dechado de tics y aspavientos sin fin. A ella, que no le hace falta tampoco mucho para darle al baile de San Vito, encima se pone a interpretar a una pastillera con tendencia a la histeria, toma ya, os podéis hacer una idea. Por supuesto, la tropegésima nominación al Oscar estaba cantada.
En desconcertante contraste, Julia Roberts no mueve un solo músculo de la cara en las dos horas que dura la película. El mismo gesto desde el minuto uno hasta el final. Y claro, ves a la una pegando botes todo el rato y con la cara de niña del exorcista que se le pone a la Streep cuando le da el telele, y a la otra con la cara de palo, y es una paranoia.
Dicen que Tracy Letts es el niño malo malote de la dramaturgia americana contemporánea, pero yo, si esto es una muestra de lo que este tío sabe hacer, lo veo más como un caricaturista con oficio. Quienes lo comparan con Tennessee Williams, sinceramente, creo que no tienen ni puta idea.
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