miércoles, 27 de enero de 2016

Crash, by David Cronenberg

Si algo no se le puede negar a Cronenberg es su capacidad para rodar historias desasosegantes e hipnóticas al mismo tiempo. En este caso tan desasosegante e hipnótica como la imagen de un accidente de coche.

En Crash Cronenberg lleva a cabo unas mezclas visuales difíciles de digerir por el espectador: metal y carne, muerte y sexo, sangre y semen, asco y morbo. Una historia un tanto demencial en la que una serie de tarados obtienen placer sexual mediante la observación y reproducción de accidentes de tráfico a la par que consideran un desguace el sitio ideal para practicar sexo.

Y sin embargo, el director hace tan magistralmente esa mezcla intercalando escenas de horror visual con otras altamente eróticas que yo creo que si se hiciera una encuesta entre los espectadores para comprobar qué porcentaje se ha excitado viendo la película saldría una importante cantidad de síes.

Y en los tíos yo creo que llegaría casi al 100%. Porque es difícil no excitarse ante imágenes como la de James Spader y Deborah Kara Unger follando en la cama mientras verbalizan sus fantasías sexuales. Es más, es casi imposible no excitarse simplemente mirando a Unger, que es en sí misma una tía que desprende sexualidad por todos sus poros. O con la escena del polvo en el autolavado. O con la de sexo entre Unger y Rosanna Arquette con sus ortopedias varias, pero que no deja de ser una tía preciosa y muy sensual. O sin ir más lejos, con la primera imagen de Unger follando con la cara pegada al morro del avión, en la que que casi se puede sentir el contraste entre el frío del metal y la calentura de ella.

En fin, Cronenberg nos invita a una danza macabra de sensaciones contrapuestas, y así vamos pasando del asco y el horror a la excitación y al morbo casi sin darnos cuenta, y vuelta atrás. Algo que si te lo cuentan a priori te parecería imposible pero que, para tu estupor y hasta tu espanto, ocurre realmente.

Cuesta criticar positivamente una película que provoca tanto rechazo emocional, pero también es obligado hacerlo si se evalúa desde la honestidad. Porque es un verdadero puñetazo en el estómago, algo que impacta con fuerza y revuelve las tripas, pero que al mismo tiempo hace que nos planteemos profundamente cómo funciona nuestra mente y cuáles son los mecanismos que controlan nuestras emociones. Y eso, señores, para bien o para mal, se llama CINE.





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