lunes, 25 de enero de 2016

El cartero (y Pablo Neruda), by Michael Radford

Ésta es una de esas críticas por las que seré tachada fijo de palurda, cardo borriquero, cabrona sin sentimientos ni corazón y todas esas cosas con las que a veces se llena mi buzón de indignados comentarios de lectores igualmente indignados. Ni que decir tiene que sé positivamente que será bombardeada a negativos y que lucirá radiante a la cola de todas las críticas como lo peor de lo peor. Pero qué se le va a hacer, la honestidad brutal es lo que tiene.

Yo no sé si soy la única persona en el mundo que ha visto esta película y además de parecerle el cartero un tipo bastante plasta y tontorrón, detecta cierto toque paternalista en la supuesta hermosa amistad entre el poeta y el señor este. Sé que esto va a hacer pupita porque encima luego he sabido que el actor que lo interpreta, Massimo Troisi, aguantó a duras penas el rodaje padeciendo una enfermedad mortal, y de hecho falleció justo al día siguiente de terminar de rodar; pero a pesar de que me consta que esto ya me define irremediablemente como hijaputa entre las hijaputas, a mí ni su personaje me conmueve ni su interpretación me encandila; más bien al revés, el personaje me irrita y me pone de los nervios y el actor me parece bastante normalito. Ya sé que está feo decir esto de un difunto pero es lo que pienso.

El cartero incluso me parece un pelín borderline, con todos mis respetos hacia las personas que padecen este trastorno. Y si no fuera porque por lo visto soy la única que ha apreciado estos matices, yo hasta juraría que el poeta se chotea un pelín del muchacho. Pero vamos, que si no se chotea, por lo menos lo que sí es evidente es que lo trata como a un niño pequeño. Pongamos como ejemplo la escena en la que Neruda recibe la grabación de sus amigos chilenos y le dice al cartero tal que así: “Anda, diles a mis amigos las cosas bonitas que hay en tu isla”. Y claro, naturalmente al hombre, que no ha mostrado tener demasiadas luces en ningún momento, solo se le ocurre decir “Beatrice”.

Y por cierto, hablando de la tal Beatrice, a nadie más que a mí le ha llamado la atención el hecho de que, tratándose de una señora extremadamente voluptuosa, curvilínea,  sensual y, digámoslo claro, buenorra, el cartero en ningún momento muestre interés sexual alguno hacia ella, sino más bien una especie de amor espiritual y puro cual si realmente se tratase de la etérea Beatrice de Dante, con la que Neruda, en su afán de poetizarlo todo, pretende compararla? No sé, a nadie más le ha llamado la atención que no le mire admirativamente las tetas o el culo, que es exactamente lo que cualquier espectador con ojos, Neruda incluído, habría mirado primeramente en esa muchacha?

En fin, me parece una película altamente hipócrita, no sé si porque la novela en la que se basa ya lo era o porque el director, Michael Radford, en su adaptación consigue que lo parezca. Se disfraza una relación paternalista y claramente desigual de hermosa amistad entre almas limpias y nobles. Yo más bien lo que veo es un ego importante en el poeta, que se siente halagado por la admiración incondicional que despierta en el cartero semianalfabeto. Tengamos en cuenta que el artista está recluido en una isla en la que solo puede gozar de las extasiadas miradas de su esposa, que por cierto se pasa la vida luciendo modelazos y peinados impecables y bailando con él y llamándole “amor”. Con este panorama tampoco le viene mal la compañía de otra persona ante la que poder lucir sus excelsas cualidades líricas.

Que soy malvada, perversa, mal pensada, retorcida... vale. Pero que a mí eso de la hermosa amistad en isla idílica… pues que no me ha colado. Hala, ya podéis tirar a matar.

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