domingo, 14 de junio de 2015

El pianista, by Roman Polanski

Puede que esta crítica a algunos les suene de algo; es normal, porque la verdad es que es prácticamente una copia de la que hice hace un tiempo sobre otra de esas películas emblemáticas sobre el Holocausto que tienen puntuaciones altísimas y unas críticas muy por encima de lo que yo creo que realmente merecen. Y la he copiado sin complejos ni disimulos porque pienso exactamente igual de una que de la otra y no me voy a comer la cabeza repitiendo lo mismo con distintas palabras cuando mi análisis ya está escrito. Si alguien tiene interés en saber de dónde me he autoplagiado que busque, que alguna pistilla he dado.

Entiendo que Polanski, por su doble condición de judío y de persona normal con sentimientos, se sienta conmovido e indignado por el drama del Holocausto judío. Salvo a algunos desalmados eso mismo nos pasa a todos, aunque no compartamos su religión. Lo que ocurre es que el cine tiene que ser capaz de mostrarnos la realidad con sus matices; no puede ser que en casi todas estas historias sobre el nazismo nos representen una somera imagen bipolar sin claroscuros: los verdugos malos malísimos a un lado (todos, salvo el inevitable nazi guay) y las víctimas buenas buenísimas al otro. Y punto. No intentes ver más allá ni admitas grietas en este planteamiento porque en seguida serás tachado de negacionista o pronazi o algo aún peor.

La peli tiene dos objetivos básicos: zaherir conciencias y provocar el llanto. Es imposible no llorar en un momento u otro (habría que ser de piedra) y no sentir un sentimiento de culpa universal por lo hijadeputa que puede llegar a ser la raza humana. Esos dos objetivos los consigue con creces. Ahora bien, desde un punto de vista intelectual su mensaje es tan simple, tan plano, tan evidente, tan falto de matices y sutileza, tan sin fisuras que no puedo sino rechazar por completo este torpe intento de hacer comulgar con ruedas de molino al personal. De un tío como Polanski siempre espera una mucho más, aunque claro, con este grado de implicación emocional del director en la historia, tampoco se le pueden pedir peras al olmo.

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