Últimamente no sé cómo me las apaño, el caso es que todos los días termino viendo una de psicópatas. O es que no ponen otra cosa en la tele o es que se ha puesto de moda o es que yo las elijo a conciencia. O igual es que no hay película que se precie en la que no salga un psicópata y nunca me había dado cuenta antes. Al final terminaré yo misma desquiciada por ahí asesinando gente, de tan normal y cotidiano como me parece ya.
En la peli de hoy el psicópata es un doctor y eso da todavía más miedo, por el inmenso poder que tienen los médicos sobre los incautos mortales que no tenemos más remedio que ponernos en sus manos. Nuestro protagonista está ávido de aceptación y utiliza ese poder para convertirse en una especie de Dios que puede alargar o curar la enfermedad a su antojo. Y como se enamora de una paciente y no quiere perderla de vista, en lugar de hacer lo que haría cualquier ciudadano de a pie, a saber, pedirle su teléfono e invitarla a salir o a cenar o al cine, pues decide inyectarle un mejunje para prolongar su enfermedad y así tenerla a tiro en el hospital durante una temporada. Simpático que es el muchacho. Cuidadito con hacerle tilín a un doctor, chicas, no sea que le dé por seguir este procedimiento de seducción.
En fin, es un thriller psicológico bastante interesante. El planteamiento me parece inteligente y me gusta cómo el director retrata el proceso mental que tiene lugar en el protagonista, sobre todo desde que toma la decisión de saltar todas las barreras éticas para adentrarse en su enfermiza obsesión. En la última media hora Lance Daly hace que la tensión vaya in crescendo, conforme al médico se le van complicando las cosas, y el ritmo se acelera ostensiblemente. Y sin adelantar nada diré que el final me parece sencillamente redondo.
En la peli de hoy el psicópata es un doctor y eso da todavía más miedo, por el inmenso poder que tienen los médicos sobre los incautos mortales que no tenemos más remedio que ponernos en sus manos. Nuestro protagonista está ávido de aceptación y utiliza ese poder para convertirse en una especie de Dios que puede alargar o curar la enfermedad a su antojo. Y como se enamora de una paciente y no quiere perderla de vista, en lugar de hacer lo que haría cualquier ciudadano de a pie, a saber, pedirle su teléfono e invitarla a salir o a cenar o al cine, pues decide inyectarle un mejunje para prolongar su enfermedad y así tenerla a tiro en el hospital durante una temporada. Simpático que es el muchacho. Cuidadito con hacerle tilín a un doctor, chicas, no sea que le dé por seguir este procedimiento de seducción.
En fin, es un thriller psicológico bastante interesante. El planteamiento me parece inteligente y me gusta cómo el director retrata el proceso mental que tiene lugar en el protagonista, sobre todo desde que toma la decisión de saltar todas las barreras éticas para adentrarse en su enfermiza obsesión. En la última media hora Lance Daly hace que la tensión vaya in crescendo, conforme al médico se le van complicando las cosas, y el ritmo se acelera ostensiblemente. Y sin adelantar nada diré que el final me parece sencillamente redondo.
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