jueves, 16 de julio de 2015

Una historia de violencia, by David Cronenberg

Cuando leí la sinopsis de esta película la historia me gustó; estaba convencida de que se trataba de una especie de reflexión sobre la violencia y me llamaba la atención la visión que pudiera tener sobre este tema Cronenberg, un director que para bien o para mal siempre me resulta interesante. Y aunque las películas violentas me repelen bastante sí que me gustan los análisis sobre la violencia, que es algo muy diferente. Y bueno, tampoco era ajena a mi interés la presencia de Viggo Mortensen y su maravilloso culo en el reparto, para qué nos vamos a engañar.

Pues nada, toda yo entusiasmada, preparo la parafernalia completa de cine casero, me acomodo en el sofá tan ricamente con el ventilador directo a la cara, apalanco a mi perrillo en el regazo, copazo de Rioja, agarro el mando y… empieza el espectáculo.

Veo una familia modélica que vive en un pueblito de ésos de la América profunda en los que todo el mundo se conoce, se saluda por la calle y se quiere. Un matrimonio que, tras varios años de convivencia, mantienen sorprendentemente viva la “llama del amor”; un hijo adolescente que trata de un modo sorprendentemente respetuoso a sus padres; una niña pequeña sorprendentemente encantadora para su edad… en fin, todo muy bonito, muy idílico y muy americano. Y de repente, un buen día…

Aparecen en el pueblo unos tipos bastante malencarados, sacan una pistola en el establecimiento de ese hombre tranquilo de pueblo que es Mortensen, y éste de repente se transforma automáticamente, les arrebata la pistola con la soltura y el desparpajo del que no ha hecho otra cosa en toda su vida y se lía a disparar a troche y moche, dejando fiambres a los dos gangsters ipso facto.

Claro, a partir de ahí se convierte en el héroe local, las teles se lo rifan, los niños le piden autógrafos… en fin, lo que viene siendo de toda la vida de Dios el salto a la fama. Y hete aquí que unos días más tarde en un coche negro muy lustroso aparecen otros tres tipos igual de malencarados que los anteriores, y uno de ellos (maravilloso Ed Harris, como siempre) al quitarse las gafas de sol resulta que es tuerto y que dice que lo dejó de esa guisa nuestro amigo el hombre tranquilo dueño del local. (Conste que no estoy espoileando porque esto se puede saber leyendo cualquier sinopsis de la película).

Y aquí es donde viene el flipe. A partir de este momento el tranquilo padre de familia y amante esposo de pueblito rural se convierte en una especie de mix entre Chuck Norris, Rambo, Bruce Lee, Superman y el increíble Hulk. Un estilazo el tío dando patadas, puñetazos, haciendo llaves de kárate, manejando pistolas, disparando…

Y claro, la familia toda dislocada. Esa señora que de repente ve a su apacible marido con esas dotes mortíferas, esos niños que creían tener un papá más o menos normalito y resulta que tienen un experto en artes marciales, terrenales y jupiterianas. El sheriff local que dice “qué coño pasa aquí”… Os podéis imaginar la carita de la peña.

Y yo toda descojoná, claro. Con que esto era la “reflexión sobre la violencia” que yo había leído por ahí en un montón de críticas. Pos menuda reflexión, macho. Yo la única reflexión que pude hacer mientras me despiporraba viva era: pero este tío, que ni entrena ni se le ve hacer deporte ni nada cómo coño tiene esa forma física y esa puntería y esos reflejos y, en definitiva, esa sangre fría y ese poderío? Eso de apalizar a gente, dejarla pal arrastre y matarla qué es, como montar en bici, que ya una vez que se aprende no se olvida jamás? Ya no tienes que seguir preparándote ni practicando ni nada? Te puedes tirar años sentado tranquilamente en tu sofá disparando a la tele con el mando a distancia pero en cuanto te agencias una pistola te transformas en un arma letal humana y te cargas a siete de un tirón? Venga ya, tío! Menudo cachondeo.

Eso sí, hay una escena de Mortensen culeándose a su señora en las escaleras por la que merece la pena tragarse todo el truño y siete truños más. Ay omá, qué culito!

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