jueves, 23 de julio de 2015

I used to be darker, by Matthew Porterfield

De vez en cuando me gusta ver el Sundance Channel porque es una cadena en la que te encuentras con películas que o bien no han entrado en circuitos comerciales o han tenido un recorrido muy corto, y a menudo entre ellas vas a dar con alguna joyita escondida, con el consiguiente alegrón. Otras veces te topas con películas bastante mediocres que sólo tienen en común el toque indie y la producción barata pero que son perfectamente olvidables. Y luego están las que directamente dejas de ver a los cinco minutos porque ya de entrada ves con toda claridad que no estáis hechas las unas para la otra.

“I used to be darker” (título que no puedo imaginarme qué coño quiere decir porque la traducción exacta da lugar a una frase, como poco, “oscurilla”) es una de las segundas. Una peli que se deja ver, no es que te mueras de aburrimiento, pero de ésas que te pasas todo el rato preguntándote qué diablos te quiere decir el director, en el supuesto caso de que te quiera decir algo. Me gustaría preguntarle a Matthew Porterfield personalmente si pretendía dar a entender algo o se puso a rodar por rodar.

La historia va de una muchacha que cruza el charco desde Gales y se planta en los USA, en casa de unos tíos suyos que, mira tú por dónde, están en pleno proceso de separación. La niña se encuentra allí con una prima de su edad (lo de prima en todos los sentidos) y las dos se pasan el rato riéndose neciamente, probándose ropa y soltando las gilipolleces propias de la gente de su edad. Mientras, los padres de la prima, o sea, los tíos, están a su propia bola con el chungo habitual que le suele entrar a la gente con esto de los divorcios. Nada es especialmente memorable, ni los diálogos, ni la banda sonora (a pesar de que los tíos son precisamente músicos), ni la fotografía ni ninguna otra cosa. Es más, yo la vi anoche y a día de hoy ya no me acuerdo de casi nada.

De lo que más me acuerdo es de las disquisiciones a que me dio lugar el visionado del film. Es algo que me ocurre con mucha frecuencia cuando veo pelis mediocres, que se me va la cabeza sola a cuestiones colaterales. En este caso la ida de olla me vino porque al principio de la película la muchacha se cabrea por alguna cosa que ignoro y se dedica a rajar un cuadro con un cuchillo; más tarde el tío se está tomando un whisky y también le da un volunto no sé por qué y arroja el vaso contra la pared; y finalmente, pasado un rato, es el tío otra vez el que se pone a tocar la guitarra y cuando acaba la canción se pone a golpear un sillón con la susodicha guitarra hasta que la deja hecha unos zorros.

Y esto me dio ocasión para pensar en esos accesos de destructividad que les dan a los personajes cinematográficos con harta frecuencia. No sé, yo es que en la vida real no conozco a gente que haga esas cosas, a gente normal me refiero. No dudo de que los locos o los alcohólicos crónicos o los yonkis igual tienen ese tipo de reacciones, pero yo nunca he visto a nadie normal, por muy cabreado que esté, tirar un vaso de cristal contra la pared. No digamos destrozar una guitarra, que no deja de ser un instrumento caro, aunque sea de segunda o de quinta mano. Y ya lo del cuadro apaga y vámonos. Conocéis a alguien que cuando le da la ventolera se ponga a rajar los cuadros de su casa?

Aparte de los gastos de producción, tema en el que no entro porque el cuadro bien podría ser de mercadillo y la guitarra de cartón… es que no entiendo por qué hay que poner a los personajes de ficción a hacer cosas que nunca se les ocurriría hacer a las personas reales. Salvo que estés haciendo una peli de animación o una fantástica o una de superhéroes, que en esos casos se admiten todo tipo de despropósitos y salidas de tono… en el caso de una historia con tintes realistas… qué coño hacen los personajes destruyendo constantemente sus enseres y sus propiedades?

Yo puedo entender que te pelees con tu novio y le tires sus cosas por la ventana e incluso, si estás un tanto perjudicada, que le destroces sus cosas, pero… de ahí a destrozar las tuyas propias va un gran trecho. Y los vasos? Y las copas? Qué coño le pasa a esta gente con los vasos y las copas? Por no hablar de que, aparte del gasto en vajilla, luego tienes que recoger todos los pedazos de cristal del suelo intentando que no quede nada con lo que alguien se pueda cortar. Y limpiar la pared, con lo coñazo que es limpiar las paredes, sobre todo si quedan restos de Coca-cola o de vino tinto. Pero qué gente más asquerosa, joder. Cómo se nota que no limpian ellos sino que luego, cuando acaban de rodar, viene el servicio de limpieza detrás arreglando todos sus desaguisados.

En fin, que en ésta y otras disquisiciones por el estilo se me pasó el rato mientras veía esta película, sin que lo que pasaba en la pantalla en ningún momento consiguiera distraerme de estas elucubraciones domésticas. Y como le presté la atención que le presté podréis comprender que ahora mismo me acuerde lo justo de la historia.

Sólo os puedo decir que llegué hasta el final y que lo último que se ve es a la madre de la prima, o sea, a la tía, cantando con una guitarra, que la pobre me dio bastante pena (la guitarra digo) porque no pude dejar de pensar que en cuanto alguno de los anormales estos se mosqueara la próxima vez vete tú a saber lo que podría terminar haciendo con ella. Y esto es todo lo que puedo decir sobre esta película. Espero que os haya sido de utilidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario