lunes, 8 de febrero de 2016

American Cuisine, by Jean-Yves Pitoun

Reconozco que tengo debilidad por las historias que transcurren entre fogones. Y si hay amor de por medio más. No hay imagen que me resulte más erótica y más sugerente que esa que se repite siempre en este tipo de pelis cuando alguien da de comer extasiado a alguien con los dedos y casi se puede sentir el olor de la comida, el sabor, la textura, las especias… Porque además tienen la ventaja de que aunque la  historia sea un rollo como la copa un pino siempre te puedes regodear mirando los platos, las presentaciones, los vinos, la elegancia de una bonita mesa.  Los que apreciamos este tipo de cosas y gozamos de cierto apego al sibaritismo no podemos evitar deleitarnos con esas imágenes si están bien hechas. Y en este caso lo están, doy fe.

Creo que Pitoun retrata además bastante bien lo que es el mundo de la alta cocina. Las presiones, el estrés, la locura, la responsabilidad, la falta de rentabilidad económica, la dificultad de hacer negocio… De hecho incluso en un momento uno de los personajes hace referencia a un gran chef que se suicida por haber perdido una de sus estrellas, algo que acerca bastante el film a la actualidad más inmediata. Recientemente se ha producido un caso muy similar en el mundo de la cocina de élite y viendo la película no pude evitar relacionarla con tan triste acontecimiento. La presión a la que se ven sometidos los grandes chefs para conservar la categoría de sus restaurantes es tremenda, y esto unido a la ruina económica que a veces suponen estos negocios hace que de vez en cuando se repitan desgraciadamente este tipo de hechos luctuosos.

En fin, de todas formas tengo que decir que aparte de todo esto el hilo argumental de la historia de amor entre los protagonistas es bastante flojilla, y a pesar de que la sola presencia de la asquerosamente guapísima, estilosísisma, elegantísima y perfectísima
Irène Jacob puede ser motivo adicional de goce, sobre todo para los caballeros, no puedo decir que haya apreciado la menor química entre su personaje y el del cocinero americano. Lo cual le quita bastantes puntos pero que se compensan en gran parte por esos primeros planos alucinantes de pescados, mariscos, frutas y exquisiteces de todo tipo con los que el director nos obsequia.

Eso sí, como suele pasar siempre con este tipo de films queda terminantemente prohibido verlos en ayunas. Lo ideal, lo que les da un plus de placentero éxtasis es verlas con un bonito y bien montado plato de alguna delicatessen y con una copa de buen vino. Si además hay buena compañía la experiencia puede ser verdaderamente gratificante, casi cercana a lo místico.

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