jueves, 18 de febrero de 2016

Seráphine, by Martin Provost

Me pasa con esta película como con el arte del personaje principal: soy incapaz de valorar sus cualidades. Yo no aprecio la supuesta brillantez de Séraphine, al menos en los cuadros que aparecen en la película. Pero vamos, aunque algunos quieran asesinarme, tampoco aprecio la brillantez de Picasso. La pintura no figurativa se me escapa por completo y soy incapaz de distinguir lo genial de la pura y dura basura o de la flagrante tomadura de pelo.

Sé que la peli me ha parecido innecesariamente larga a base de eternizar escenas como la de Séraphine acercándose al árbol: una mujer con serias dificultades para caminar anda por un prado enorme, y Provost mantiene la cámara hasta que llega al árbol y se sienta. Diez minutos absurdos e interminables que con una bonita y oportuna elipsis narrativa nos podríamos haber ahorrado. Buena parte del metraje consiste en cosas así: planos largos de Seraphine caminando por el campo, tocando un árbol, observando a un pajarito, comprando pinturas en la tienda, fregando el suelo, lavando la ropa en el río... Lo siento pero a mí este tipo de cine me aburre.

Soy capaz por supuesto de valorar el excelente trabajo de Yolande Moreau, pero me temo que la historia de esta pintora amateur de supuesta genialidad me deja fría. Muy probablemente porque no veo esa brillantez (en eso soy como los cazurros de sus vecinos, que no eran capaces de ver por ninguna parte su inmenso talento, hasta que no apareció el marchante cazatalentos).

De todas formas hay tanto tonterismo en esto del arte que viendo este tipo de películas una no puede menos que plantearse: Quién decide el talento en el arte no figurativo? Cuántas personas sabrían distinguir a un genio de un mamarracho? Yo creo que contaditas con los dedos de una mano, si es que las hay.

Y ya si nos movemos en el mundo del arte contemporáneo apaga y vámonos. Porque tú vas por la calle y ves un andamio partido o una escalera apoyada en la pared y pasas olímpicamente pero te vas al Reina Sofía o al MOMA y te encuentras el mismo andamio con un cartel que pone “Andamio partido” y la escalera con otro cartel que ponga “Escalera apoyada en pared” y eso automáticamente ya pasa a la categoría de ARTE.

No es de extrañar que a la inmensa mayoría de la gente todo esto le suene a tomadura de pelo y a fraude de cojones, y que, como poco, nos planteemos quién decide qué es arte y qué no lo es y por qué. Igual es cuestión de que llegue un reputado cazatalentos y te señale con su dedo mágico y te diga: el elegido eres TÚ. Y ya eres un artista. Como Séraphine.

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