martes, 2 de febrero de 2016

Déjame entrar, by Tomas Alfredson

Pues una vez más me parece que voy a tener que llevarle la contraria al común de los mortales. Debo de ser la única persona a la que le ha gustado mucho más el remake americano de esta película que el original sueco.

A mí la versión yanqui me gustó muchísimo porque no me pareció una peli de vampiros al uso sino que me enganchó totalmente por su contenido dramático, la historia del niño acosado y solitario que encuentra compañía y comprensión en la muchacha vampira. El chaval me parecía conmovedor y la niña no solo no daba miedo sino que daban mucho más pavor los impresentables compañeros de colegio del muchacho.

El niño de la versión sueca, tan rubio, tan blanquito, sin cejas ni pestañas visibles, con los rasgos faciales desdibujados, con esa insulsez fantasmagórica propia de las fisonomías escandinavas… me da casi más miedo que su amiga vampira. Nada que ver con el sentimiento de empatía y de protección que me inspiraba el otro chaval. Por no hablar de que la niña del film sueco, Lina Leandersson, carece por completo del aspecto frágil y etéreo de la chiquilla del remake. A mí a la draculina esta no me dan ganas de cogerla en brazos y acunarla tiernamente como sí me daba Moretz.

Tal vez la explicación de que no me haya gustado la película original sea esta aversión mía hacia la estética escandinava. O tal vez, y esto me parece más probable, esté en algo que dice en su crítica sobre el remake Salvador Llopart, de La Vanguardia: “No es un remake sino una relectura. Lo que en la primera era poesía aquí es inmejorable prosa, un relato de trazo claro y elocuente sobre el bien y el mal”.

Eso explicaría perfectamente mi identificación con la segunda versión, dado que ni la poesía es lo mío ni el cine definido como poético me ha apasionado nunca. Y efectivamente soy mucho más prosaica, lo mío indiscutiblemente es lo narrativo, y por eso he podido entender perfectamente ese relato claro sobre el bien y el mal que en la primera versión solo se insinuaba vagamente entre imágenes de fuerte impacto visual, puede que llenas de intenso lirismo, pero que a mí no me dicen nada.

En definitiva, que el halo poético que Tomas Alfredson le imprime a su película a mí me ha dejado más fría que el paisaje helado en el que ambienta los hechos. Y que me parece todo mucho más impactante, potente, diáfano y conmovedor en la versión americana. He dicho.

1 comentario:

  1. Solamente he visto la primera versión y es una auténtica maravilla. Esa relación entre los niños es formidable y toda la obra está envuelta en un "dolor" maravillosamente contado. Extreña e hipnótica.

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