lunes, 6 de junio de 2011

Love actually, by Richard Curtis

Ingredientes: Navidad, un primer ministro británico subnormal (más subnormal incluso que los de la vida real) patéticamente enamorado de una secretaria con ligero sobrepeso, un niño insoportable patéticamente enamorado de una compi del cole, un padre más insoportable todavía patéticamente enamorado de Claudia Schieffer, un tipo patéticamente enamorado de la señora de su mejor amigo, un escritor de best-sellers patéticamente enamorado de su asistenta portuguesa, una tía patéticamente enamorada de un compañero de trabajo... Os suena?

Claro, os suena de mil comedias románticas insoportables vistas antes. Porque esto no es ni más ni menos que una especie de collage-pastiche-puzzle de todas esas otras películas que nunca debiste haber visto pero viste, y te sonará multiplicado por mil a todas esas veces que te has autoflagelado preguntándote "por qué por qué por quéeeeeee?"

Pues porque somos así de gilipollas y siempre esperamos ver algo distinto, algo que nos conmueva o nos haga reir o por lo menos sonreir, y nos pegamos los planchazos que nos pegamos. Yo debería haberlo previsto teniendo en cuenta que el protagonista es Hugh Grant y de este personaje, cuyo principal mérito es balbucear constantemente a la vista de un elemento femenino, poco bueno se puede esperar. Pero oye, también estaban Liam Neeson (Diosss, Liam, qué hacías ahí?), y Colin Firth (Por qué, Colin, por qué lo has hecho?), y Emma Thompson (en probablemente el papel más infumable de su vida)... En fin, había tantos antídotos contra el veneno Grant que no sé cómo ese majadero ha conseguido burlarlos a todos y hacer tanta pupa en mis sensibles pupilas cinéfilas. Eso sí, nunca mais. Antes muerta que reincidente.

2 comentarios:

  1. La película es un retrato de mujer con infierno al fondo que, de forma cortante, lacerante y con una intensidad malsana, nos introduce en la vida de una profesora de piano con madre represora que se refugia en la búsqueda de la perfección a través del arte y que mantiene ante las relaciones humanas la misma frialdad que al corregir a sus alumnos las interpretaciones demasiado emotivas de Schubert.
    Obra estructurada en dos bloques claramente diferenciados, durante gran parte del metraje se nos muestra con todo género de detalles la vida de Erika, que se desenvuelve admirablemente por el entorno medio burgués de una acartonada Viena y cuya absoluta incapacidad de sentir y provocar sentimientos la lleva a entregarse a un particular modo de vivir el sexo que incluye todo tipo de autoflagelaciones y parafilias sexuales. Un modus operandi que excluye deliberadamente todo roce con un cuerpo ajeno.
    La llegada de Walter Klemmer, un alumno aventajado que intenta seducirla provocará un cisma en el perfil de Erika, provocada por la forma convencional de sentir de Klemmer (querer y ser querido) y su forma de entender las relaciones, de tintes claramente sadomasoquistas. Una relación imposible y enfermiza que arrastrará a ambos y que hará multiplicarse en las carnes de Erika (literalmente) su sentimiento de desarraigo, en una sucesión de secuencias que rozan lo patético y que van enrareciendo progresivamente la atmósfera del film.
    Lamentablemente, que Haneke se centre de manera casi exclusiva en la recreación de las patologías sexuales de Erika lastra en cierta medida muchas de las potenciales posibilidades de La pianista. El catálogo de desvaríos de la profesora, por más que la Huppert roce la perfección a las que nos tiene acostumbrados habitualmente, se torna redundante, y esa incapacidad de trascender al personaje para ofrecer una visión de conjunto más amplia del conjunto de la sociedad, en este caso vienesa, acaba repercutiendo en la construcción dramática de La pianista.
    Lo sugerido tangencialmente por Haneke: la idea de que bajo las formas más puras de arte se encuentran precisamente los monstruos más abyectos, no se lleva sus últimos extremos, focalizando casi de manera exclusiva en Erika algunos de los males de una sociedad enferma. Hay además, y aquí se encuentra la mayor diferencia con el personaje tipo de Bergman, cierta recreación ostentosa en los métodos empleados para recalcar el horror al espectador, olvidando que en ocasiones aterra más lo meramente sugerido que la herida en carne viva.
    Como resultado, la película se pierde en ocasiones en su vocación provocadora, y pese a que algunas escenas no pueden resultar más desgarradoras y terribles, la pretendida desmesura corre el riesgo de convertirse en cliché efectista.
    Personalmente me defraudo, habría preferido ... y tú ¿qué habrías preferido?

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  2. Yo siempre preferiré la sangre con un suave toque de piano de fondo.

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