martes, 6 de mayo de 2014

Incendies, by Denis Villeneuve

Totalmente de acuerdo con alguna crítica que he leído por ahí que afirma que esta película, de no ser canadiense, perfectamente podría haber sido un culebrón venezolano. Desde luego Wajdi Mouawad, el autor de la obra de teatro en la que se basa, podría perfectamente tener antecedentes caribeños por su tendencia al tortuosismo argumental y al rocambolerismo agudo.

Creo sinceramente que esta historia, como cualquier culebrón televisivo de baja estofa, se basa en un principio impactante e intrigante, que pretende enganchar al espectador, y un desenlace aún más impactante y a ser posible truculento, que pretende dejarlo kao. El resto, o sea, el nudo, es un puto coñazo perfectamente prescindible. Veamos, sin desvelar nada esencial del argumento, la versión venezolana, con permiso de Denis Villeneuve, director del engendro.

PRINCIPIO

- Queridos Luis Alfredo y Carmen Juana, como notario de vuestra difunta madre, yo os conmino a encontrar a vuestro padre y a vuestro hermano para entregarles estas cartas, por mandato expreso de la malograda María de la Piedad.

- Pero don Carlos Augusto, nosotros no tenemos ningún hermano. Cómo vamos a encontrarlo.

- Querida Carmen Juana, si la difunta María de la Piedad dejó escrito en su testamento que buscáseis a ese hijo, es porque el hijo existe, y mi obligación como notario es garantizar que su último deseo se cumplirá.

- Carmen Juana, vayámonos de aquí. Enterremos a nuestra madre según los rituales en los que hemos sido educados y olvidemos este lamentable suceso.

- Pero Luis Alfredo, no podemos hacer eso. Si nuestra madre dejó escrito expresamente este deseo no podemos ignorarlo. Hemos de buscar a nuestro padre y a ese hermano de cuya existencia no teníamos conocimiento.

- Queridos Luis Alfredo y Carmen Juana, como notario de vuestra difunta madre y garante de sus últimos deseos, yo os ayudaré en todo lo que me sea posible a lograr vuestro objetivo. Podéis contar conmigo, toda mi fortuna está a vuestra disposición para que recorráis el mundo si hace falta para conseguir vuestro noble fin.

DESENLACE

- Oh, cielos, Luis Alfredo, no puedo creer que el destino se haya conjurado de esta forma contra nosotros. Cómo pudo nuestra madre enfrentarnos a esta cruel realidad cuando podíamos haber sido siempre felices en nuestra bendita ignorancia.

- No llores, Carmen Juana, ni juzgues a nuestra madre. Ella sólo quiso convertir toda nuestra ira en amor y demostrarnos que del mal siempre puede amanecer un nuevo día lleno de felicidad.

- Queridos Luis Alfredo y Carmen Juana, habéis cumplido con el deseo de vuestra madre y os felicito por ello. Ella siempre fue una mujer excepcional que os amó por encima de todas las cosas y con esta terrible prueba os quiso demostrar cuánto os quería.

- Oh, don Carlos Augusto, qué hubiera sido de nosotros sin su ayuda y, sobre todo, sin los 7 millones de dólares que puso a nuestra disposición para poder recorrer el mundo sobornando a cientos de funcionarios corruptos para así poder cumplir con el noble objetivo que nos encomendó nuestra mamá.

- No digas eso, Carmen Juana. Yo por mi querida María de la Piedad, a la que siempre amé en secreto - ahora puedo decirlo sin temor ni vergüenza - habría hecho cualquier cosa. Y tú, Luis Alfredo, te has portado como un verdadero hombre de pro y tu mamá estaría muy orgullosa de ti.

- Don Carlos Augusto, muchas gracias. Ahora que, gracias a nuestra querida madre, hemos sabido la terrible verdad de nuestras vidas, prometemos no suicidarnos ni darnos a la bebida o a las drogas de diseño, como haría cualquier persona que no fuera protagonista de un culebrón, y procuraremos llevar con toda la dignidad y alegría posibles nuestra desgracia.

- Hijos míos, ya sé que no soy vuestro padre biológico, qué más hubiera querido yo, pero aquí me tendréis siempre para lo que necesitéis. Y si hay que volver a recorrer el mundo para olvidar vuestro terrible pasado, estoy dispuesto a acompañaros y a regalaros mi Visa Oro en señal de mi aprecio y gratitud hacia vuestra amada mamá.

- Oh, don Carlos Augusto, es usted el hombre más bueno del mundo. No querría usted, por un casual, adoptarnos y convertirnos en legítimos herederos de su fortuna? Más que nada, por aparecer como beneficiarios en un testamento más o menos normal.

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