Ella es una mujer un poco perdida que llama a la puerta de ese hombre por error y empieza a contarle sus secretos más íntimos.
Cuando ella descubre que él no es quien creía que era ya es demasiado tarde y las confidencias han empezado.
Y muy poco a poco se van conociendo, se van mirando, se van estudiando el uno al otro. Y se van enamorando sin apenas tocarse, solo a base de palabras, de miradas, de silencios, de complicidad.
Patrice Leconte me toca la fibra, me conmueve, sus historias me interesan, me atrapan, me absorben, me embelesan, por rocambolescas que sean, que muchas lo son, ésta de las que más. Sin embargo en ellas todo tiene un sentido, un porqué. Nada queda en el aire.
Impresionantes los primeros planos característicos de Leconte. Si yo fuera actriz pagaría por trabajar con ese hombre porque hace un verdadero acto de amor en cada película a cada una de sus actrices. A los actores tampoco los trata mal pero de ellas se enamora en cada plano y consigue que el espectador también se enamore. Y saca el mayor partido de cada una de ellas. Qué decir de la increíble sensualidad que aquí destila Sandrine Bonnaire. Tan francesa, tan estilosa, tan fina, tan guapa ella.
Me quedaría con algunas escenas especialmente memorables: el momento en el que Fabrice Luchini se lanza a bailar solo en su casa. Sandrine Bonnaire fumando tumbada en el diván. La sonrisa final de Luchini, contenida pero llena de esperanza y de ilusión. Cómo cuida este hombre la fotografía y la música en sus películas! En este caso la fotografía llena de claroscuros y de matices cromáticos de Eduardo Serra es casi hipnótica.
Ah, un consejo: las películas de Leconte tienen que verse en versión original. Sus personajes solo pueden hablar en francés, susurrar en francés... En ninguna otra lengua podría ser lo mismo.
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