jueves, 17 de noviembre de 2011

Una casa en el fin del mundo, by Michael Mayer

Real como la vida misma. Hay quien dice que esta película es increíble. Cómo que increíble? Ahí tenéis a Alaska y Mario Vaquerizo, y tienen hasta un reality divino contándonos su vida minuto a minuto.

-Olviiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!

Sí, señores; es posible otra forma de vida. Yo lo creo, tú puede que lo creas, Mario y Olvido lo creen. Es más, no me extrañaría que en sus vidas hubiera un tercero en concordia que también lo creyera. Como en esta peli.

No lo he podido remediar. Al ver a Robin Wright ex-Penn (esta chica debería dejar ya de casarse y divorciarse para no seguir añadiendo ex-apellidos a su nombre, por diosss) con su pelucón rojo pasión y a Colin Farrell con esa magnífica melena al viento, se me ha representado mismamente la pareja televisiva de actualidad: Olvi y Mario, Mario y Olvi. Lo más de lo más en convivencia alternativa.

No hará falta a estas alturas que diga que me encantó la casa del fin del mundo. Me encantaron los pelucones, la historia, la casa, la madre, el padre, el chico-ángel, las escenas de no-sexo... Sí, reconozco que Robin Wright ex-Penn está pa matarla con esa fregona roja en la cabeza, y que al pobre Colin la fregona negra tampoco le sienta demasiado bien. Pero oye, que ves esta película y tiene un efecto porro que te cagas. Lo prometo. Puntazo flowerpower.

A veces no hace falta darle una calada a un canuto para experimentar la sensación. Sólo hay que darle al "play" y ya está. En serio, esta historia se fuma. Y merece la pena.


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