viernes, 2 de agosto de 2013

Primera plana, by Billy Wilder

Paso las mañanas a caballo entre la Cadena Ser y Onda Cero. Podría decirse que es como vivir en dos mundos paralelos, porque son tan distintas las visiones de la realidad de unos y otros que es imposible pensar que sea la misma. Igualmente echo un vistazo todos los días a las webs de El Mundo y de El País. Tres cuartas de lo mismo: imposible imaginar dos universos más divergentes.

En estos días hemos padecido muy intensamente lo peorcito de la profesión periodística. Un accidente de tren en Galicia con gran cantidad de víctimas mortales ha llevado a toda la prensa hasta el pueblito donde ocurrió el descarrilamiento. Durante una semana han sido protagonistas de la noticia, se ha entrevistado a todos los vecinos, se ha elucubrado sobre lo divino y humano… Se ha exprimido la información hasta la última gota: aspecto económico, aspecto humano, vidas perdidas, vidas salvadas, el aspecto psicológico del accidente, lecciones magistrales de ingeniería ferroviaria… todos hemos hablado de sistemas de seguridad y frenado, todos hemos aprendido un montón de fuerza centrífuga y de trazados viarios…Incluso las grandes figuras de cada emisora han hecho un alto en sus vacaciones para ponerse al frente de tan importante evento... digo noticia. Oh, qué grandes profesionales, qué tremenda vocación!

Recordaba mientras veía esta divertidísima película de Billy Wilder todo eso y pensaba en lo bien que recoge la realidad de la profesión, al menos de buena parte de la profesión. Los periodistas acudiendo como buitres al lugar de la noticia, preferiblemente si es trágica y mejor aún si hay muertos, cuantos más mejor porque se puede alargar más días la "información". El acoso a los protagonistas y sus familias, las preguntas estúpidas, la lucha por sacar la mejor foto, la toma más impactante, la declaración más escandalosa, el titular más fuerte y que más venda…

Conste que el periodismo es mi vocación frustrada, pero por supuesto otro tipo de periodismo, un periodismo mucho más cercano a Bernstein y Woodward que al amarillismo y el sensacionalismo que Billy Wilder denuncia tan magistralmente en esta comedia. Es fascinante cómo la misma profesión puede ser sublime o asquerosa dependiendo de las personas y de sus códigos morales. Y por qué no, también de los del medio para el que trabajan.

Soberbios Lemmon y Matthau. No se puede estar mejor. Y genial el giro final, ese guiño a la truhanería y a la mala leche con el que el director casi siempre nos deleita. Qué grande Wilder.

1 comentario:

  1. Sin duda uno de los más grandes entre los grandes. Esta obra es excelente, pero si me pones entre la espada y la pared puede que elija la versión de Luna nueva. Por cierto, te hacía de vacaciones. Besos y cuídate.

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