viernes, 10 de febrero de 2012

El aceite de la vida, by George Miller

Mira que me gustan poco las historias de enfermedades incurables basadas en hechos reales. No las soporto, me ponen enferma a mí también, me sacan la vena aprensiva e hipocondríaca, empiezo a notar síntomas raros por todas partes...y encima casi siempre acaban fatal, después de pasarlas canutas y luchar a muerte contra la puta enfermedad.

"El aceite de la vida" no es ninguna excepción en cuanto al contenido patológico pero sí lo es en cuanto al tratamiento que recibe. La historia es bien conocida: Augusto y Michaela Odone, al conocer el diagnóstico de una enfermedad degenerativa incurable que padece su hijo Lorenzo, enfermedad de las llamadas raras y por tanto prácticamente desconocida, se ponen a investigar por su cuenta, siendo ambos auténticos profanos en la ciencia médica, y tras muchos esfuerzos intentando dar con un tratamiento, finalmente encuentran un tipo de aceite, al que llamaron "aceite de Lorenzo", que consigue ralentizar el proceso degenerativo. Bueno, tanto es así que Lorenzo Odone sobrevivió hasta los 30 años, cuando le habían pronosticado como mucho unos meses de vida. Otra cosa ya son las condiciones de esa vida, que es otro tema que podríamos discutir largo y tendido, pero el caso es que se empeñaron y lo consiguieron.

Y lo que podría haber sido una especie de telefilme más o menos lacrimógeno se convierte en una apasionante historia de investigación científica y lucha épica contrarreloj, gracias a la sabia mano de George Miller, un tipo que ha hecho de lo abominable bandera pero que aquí milagrosamente se luce y nos regala un filme digno de pasar a la posteridad.

Impresionantes las interpretaciones de todos pero en particular destaca Susan Sarandon en el rol de esforzada madre inasequible al desaliento, un papel que normalmente no suele ser muy de mi agrado pero al que ella dota de una autenticidad muy difícil de conseguir sin caer en repulsivos excesos dramáticos. También impresiona la actuación del niño; verdaderamente cuesta entender cómo un crío tan pequeño pudo interpretar con esa maestría el proceso terrible de una enfermedad tan cruel. Y eso que a mí los niños actores me suelen dar bastante repelús, pero éste lo borda. Palabrita.

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