C.R.A.Z.Y. tiene un buen guión, unos actores entregados, una banda sonora estupenda y unas intenciones encomiables. Es una película que refleja con toda exactitud la pesadilla que supone descubrir una sexualidad diferente en un mundo hostil. Los que hemos vivido la experiencia o la hemos padecido en alguien muy cercano sabemos que es así, justamente así, como ocurre. Y hemos sufrido las bromas de rigor cuando no directamente los comentarios hirientes y despectivos destinados a abortar cualquier intento de normalizar esa otra forma de sentir.
Y una vez dicho y reconocido esto tengo que decir que a la película le falta algo, algo que podría enominarse “alma”. O “sentimiento”. O “vida”. Los personajes no cuajan; ni siquiera el chaval protagonista en sus 3 etapas diferentes. Sus impulsos y motivaciones quedan como difusos, su búsqueda de la ambigüedad física, su relación con la novia… es difícil entenderlo, mucho menos empatizar con él.
Los otros personajes también están poco definidos, como desvaídos. Los hermanos, totalmente estereotipados: el yonqui, el deportista y el gordito comilón. La actitud de la madre tampoco se entiende demasiado bien, está entre la negación, la connivencia, la aceptación, la rebeldía, la contestación al padre… pero en ningún momento toma una postura clara con la que podamos identificarnos o disentir.
Y luego está el que para mí es el personaje más logrado, el padre, estupendamente interpretado por Michel Coté. Tal vez porque representa algo claramente identificable: el rechazo, la incomprensión, la intolerancia y la condena. En definitiva, el que realmente da sentido a las tribulaciones, dudas y miedos del protagonista.
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