Sobrevaloradísima película de Spike Lee que narra las últimas 24 horas en libertad de un camello de cierto nivel antes de ingresar en prisión por 7 años.
Hay varias cosas que no me cuadran para nada. Si os fuéseis a tirar 7 años en prisión qué es lo que haríais esa última noche? Iros de farra con los colegas? Y vuestra novia o novio qué creéis que haría? Se partiría el culo de risa con sus amigos con un cachondeo de la hostia? Os dejaría sentados en la disco y se iría a la pista a bailar frenéticamente con sus coleguitas? Esto no os suena un poco raro?
Para empezar es que yo no me creo ni al personaje del narco. Tan buena gente, tan amigo de sus amigos, tan íntegro, tan concienciado, tan arrepentido, con ese autoflagelo permanente… No sé, no es que conozca a muchos camellos, aunque sí que he tratado con alguno, pero mi concepto de alguien que se enriquece a costa de la desgracia ajena no concuerda para nada con el encantador protagonista de esta historia.
Que no hablamos de un camello de medio pelo que vende para costearse su propio vicio, no. Que ésos hasta puede que sean buena gente. No, este tío no se droga ni se mancha las manos; es un auténtico profesional, para él es un simple negocio, nada más. Por eso cuesta mucho creer ese arrepentimiento de última hora y esa bondad natural que parece desprenderse del personaje, vamos, que es que dan ganas hasta de darle un achuchón y adoptarlo.
En fin, lo que es indiscutible es que Edward Norton hace un papelón inolvidable, muy en la línea de American History X. Teniendo en cuenta que la última vez que lo vi fue hace unos días patéticamente teñido de rubio en “El dragón rojo” en un papel horrendo y esperpéntico, me ha encantado volverlo a encontrar a su nivel, con una actuación llena de fuerza, pese a la incredulidad que su personaje despierta en mí.
No obstante todo lo anterior, hay un par de momentos en la película que, tengo que reconocerlo, son de antología. El monólogo ante el espejo del baño, en el que manda a tomar por culo al mundo en general, y a los chinos, a los negros, a los musulmanes, a los irlandeses, a los italianos y a toda su nación en particular… Tremenda escena en la que Norton demuestra una vez más al cien por cien su talla interpretativa. Y la escena final, que por supuesto no revelaré, pero que está a un nivel muy por encima del resto del filme.
Hay varias cosas que no me cuadran para nada. Si os fuéseis a tirar 7 años en prisión qué es lo que haríais esa última noche? Iros de farra con los colegas? Y vuestra novia o novio qué creéis que haría? Se partiría el culo de risa con sus amigos con un cachondeo de la hostia? Os dejaría sentados en la disco y se iría a la pista a bailar frenéticamente con sus coleguitas? Esto no os suena un poco raro?
Para empezar es que yo no me creo ni al personaje del narco. Tan buena gente, tan amigo de sus amigos, tan íntegro, tan concienciado, tan arrepentido, con ese autoflagelo permanente… No sé, no es que conozca a muchos camellos, aunque sí que he tratado con alguno, pero mi concepto de alguien que se enriquece a costa de la desgracia ajena no concuerda para nada con el encantador protagonista de esta historia.
Que no hablamos de un camello de medio pelo que vende para costearse su propio vicio, no. Que ésos hasta puede que sean buena gente. No, este tío no se droga ni se mancha las manos; es un auténtico profesional, para él es un simple negocio, nada más. Por eso cuesta mucho creer ese arrepentimiento de última hora y esa bondad natural que parece desprenderse del personaje, vamos, que es que dan ganas hasta de darle un achuchón y adoptarlo.
En fin, lo que es indiscutible es que Edward Norton hace un papelón inolvidable, muy en la línea de American History X. Teniendo en cuenta que la última vez que lo vi fue hace unos días patéticamente teñido de rubio en “El dragón rojo” en un papel horrendo y esperpéntico, me ha encantado volverlo a encontrar a su nivel, con una actuación llena de fuerza, pese a la incredulidad que su personaje despierta en mí.
No obstante todo lo anterior, hay un par de momentos en la película que, tengo que reconocerlo, son de antología. El monólogo ante el espejo del baño, en el que manda a tomar por culo al mundo en general, y a los chinos, a los negros, a los musulmanes, a los irlandeses, a los italianos y a toda su nación en particular… Tremenda escena en la que Norton demuestra una vez más al cien por cien su talla interpretativa. Y la escena final, que por supuesto no revelaré, pero que está a un nivel muy por encima del resto del filme.
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