La película no estaría mal si no fuera porque reproduce casi con toda exactitud el esquema argumental de "El silencio de los corderos", por no decir que lo imita descaradamente, sin el menor pudor.
Tenemos al mismo psicópata preso, a otro asesino en serie que el FBI busca, a otro poli que pide la ayuda de Lécter (en este caso a Jodie Foster la sustituye un Edward Norton absurdamente teñido de rubio y con el mismo carisma que un moco), al mismo director medio subnormal del psiquiátrico, la misma celda de Hannibal, el mismo pasillo con la misma silla... Es como un deja vù pero en cutre vù.
Esta simpática precuela no deja de tener su gracia; tenemos 11 años después de la película de Demme a un Anthony Hopkins, que curiosamente hace de Lécter bastantes años más joven. Claro, las precuelas se remontan a los orígenes de las historias. El problema es cuando el protagonista es el mismo y en la realidad es bastantes años más viejo. Como que algo no cuadra ahí.
Hopkins se limita a repetirse; es el mismo de El silencio, ni más ni menos ni menos ni más. Tal vez con un guión algo más cutrecillo, unos diálogos menos intensos y con mucha menos química con su partenaire, pero perfectamente reconocible en sus gestos, sus miradas, su actitud provocadora... vamos, nuestro Hannibal de toda la vida.
Si acaso hay una aportación novedosa e interesante en esta entrega es mi adorado Ralph Fiennes, que una vez más vuelve a hacer magistralmente de malo atormentado a pesar de esa carita de bueno que dios le ha dado. No destripo nada si digo que él es el asesino porque casi desde el principio el director nos revela su cara y hasta sus motivos. El quid de la historia está en el proceso policial para encontrarlo y atraparlo. Fiennes está estupendo, como siempre, y se termina comiendo con papas al resto del reparto, que a pesar de su espectacularidad no brilla demasiado.
Repito, no es un mal thriller; entretiene bastante y mantiene un ritmo tenso y expectante. Si no fuera porque esta peli ya la hemos visto pero con un guión mucho mejor tal vez la consideraría con algo más de generosidad. Eso sí, no perdono a ese infame Norton rubio de bote cuya imagen se me ha quedado grabada en la mente y desgraciadamente ya nunca podré olvidar.
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