El aura es ese momento en el que un epiléptico sabe fehacientemente que va a tener un ataque. Es como si su mente se abriera y dejara pasar ruídos extraños, colores, voces... Son los segundos previos a la pérdida consciente de la consciencia. Así al menos lo explica el personaje de Ricardo Darín a una jovencísima Dolores Fonzi, que lo escucha con verdadera devoción.
Pero el aura es también lo que el personaje de Darín tiene en esta película. Como una especie de buena estrella que le lleva al sitio adecuado, al muerto adecuado, a la cabaña adecuada, al prostíbulo adecuado, a la carretera precisa, al momento perfecto, a la mujer soñada, al perro más listo, al ataque epiléptico oportuno... Bielinsky, después de sus "Nueve reinas", se pasa directamente a la república de las casualidades imposibles y sin embargo fascinantes y nos reta a creernos su rocambolesca historia.
Y al cabrón el reto le sale bien. La segunda y última película del difunto director argentino resulta inquietante, tensa y estremecedora. Y Darín clava su personaje; yo diría que es una de sus interpretaciones más memorables. Ese taxidermista epiléptico de memoria prodigiosa al que le pasan tantísimas cosas en una semana, y que lo mismo te diseca un zorro que te planea el atraco perfecto... ese taxidermista no existe. Salvo en la enfermiza y fecunda imaginación de Bielinsky, un tipo que, por lo que se ve en su cine, tuvo que tener un aura im-presionante. Requiescat in pace.
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