jueves, 27 de diciembre de 2012

La casa de la alegría, by Terence Davies

"La casa de la alegría" Y digo yo... qué alegría ni qué pollas? Conste que lo mismo pensé cuando me puse a leer la novela del mismo nombre de Edith Wharton. 

Casas es verdad que había unas cuantas, pero alegría, lo que se dice alegría... o poca o cortita o más falsa que una promesa electoral. Por eso y porque la protagonista no me convencía ni poco ni mucho dejé el libro por la mitad y quise resarcirme con la peli.

Os cuento, en principio esto iba de una señorita de principios del siglo XX que intenta ser diferente y rebelarse al típico destino casadero de las damas de su generación. Eso al menos es lo que yo pensaba cuando leí la sinopsis del libro y de la adaptación de Terence Davies.

Pos no, de eso nada, monada. En realidad esto va de una señorita, magníficamente interpretada por Gillian Anderson (sí, no le des más vueltas, la Scully de Expediente-X), que vive en una continua duda existencial; primero quiere casarse con un señor rico, luego que no, después cuando le va un poco peor que sí, luego que le viene el orgullo proletario y que prefiere trabajar, después que bueno, que vale, que si hay que casarse pos se casa una, luego que tampoco... y así hasta el final... Una expedienta X, vamos.

Yo será que no estoy preparada intelectual ni psicológicamente para las enigmáticas y sofisticadísimas conversaciones de la alta sociedad decimonónina, pero el caso es que la mitad de los desplantes, humillaciones, chascarrillos, puyazos y exquisitas estocadas verbales me las perdí.

Que sí, que con un diccionario en la mano traduciéndome el sutil lenguaje de la clases altas de principios de siglo podría haber elaborado una tesis doctoral y haber disfrutado como una enana... pos vale. Pero que yo, aquí, ahora y con la lengua que más o menos chapurreo, no me enteré de la misa la media.

Y de lo que me enteré me parecían todos una panda capullos pa mear y no echar gota. Y que eso es lo que hay. Mucha Edith Wharton, mucho Terence Davies y mucha Gillian Anderson, pero que al final cómo echa una de menos un vulgar, zafio y populachero episodio de Aída.

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