lunes, 8 de abril de 2013

Siete almas (Seven Pounds), by Gabriele Muccino


Qué duda cabe de que el 7 es un dígito emblemático donde los haya. Están las 7 maravillas del mundo, las 7 vidas del gato, las 7 columnas de la sabiduría, el 7 up… Bueno, y en cine tenemos el 7º cielo, el 7º sello, las 7 novias para 7 hermanos, los 7 pecados capitales de “Seven”… y ahora para remate del tomate las 7 almas.

La historia de Gabriele Muccino viene a ser justamente el contrapunto moral al famoso film de suspense de Fincher. Si en éste se trataba de “castigar” a 7 elegidos por sus pecados, aquí se trata de todo lo contrario, de premiar a otros 7 elegidos por ser buenas personas. Suena más rollo pero bueno, en principio parece tragable.

Y la cosa no empieza mal, aunque la primera media hora no hay dios que se entere de lo que está pasando; tan sólo vemos a un Will Smith que alterna enigmática sonrisa y compungido gesto, paseando de un lado para otro y observando desde la distancia a una serie de personajes bastante perjudicados: un teleoperador ciego (por cierto, Woody Harrelson parece talmente Stevie Wonder tras un baño de lejía), un chiquillo que parece estar siendo tratado con quimioterapia, una muchacha muy mona pero con unas ojeras hasta los pies que tampoco parece muy sana, un señor que está en el hospital con diálisis… En fin, que no tiene pinta la cosa de estar organizando una quedada para irse de fiesta.

Una intuye que con ese plantel no va a ser muy divertido lo que quiera que sea que haya previsto Smith, y claro, se prepara para plañir y moquear a gusto. Pero en esto que empiezas a adivinar de qué puede ir el misterio y ya sí que no te cuadra nada el extraño comportamiento del protagonista. Porque todo lo que hace es justamente lo que a nadie se le ocurriría hacer en su situación, salvo que fuera un completo descerebrado.

Para empezar, se pone a relacionarse íntimamente con una de las elegidas. Y bueno, al principio, cuando no sabes de qué va el tema dices “vale, la típica historia de amor que hay que meter para satisfacer a los pervertidos”, pero una vez que entiendes en qué consiste el plan secreto sí que no te crees nada: “Pero qué coño hace este tíooooooo? Pero cómo puede ser tan gilipollas????”. Y ya nada, ni lágrimas ni mocos ni un leve hipido; sólo una mala leche impresionante y la clara sensación de que, una vez más, te están tomando el pelo.


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