lunes, 29 de agosto de 2011

La lista de Schindler, by Steven Spielberg

La película está rodada en blanco y negro, y creo que esta decisión es perfecta para una historia en la que sólo hay blancos y negros, y los grises o marrones simplemente brillan por su ausencia.

Entiendo que Spielberg, por su doble condición de judío y de persona normal con sentimientos, se sienta conmovido e indignado por el drama del Holocausto judío. Salvo a algunos desalmados eso nos pasa a todos, aunque no compartamos su religión. Lo que ocurre es que el cine tiene que ser capaz de mostrarnos la realidad con sus matices; no puede ser que en casi todas estas historias sobre el nazismo nos representen una somera imagen bipolar sin claroscuros: los verdugos malos malísimos a un lado (todos, salvo el nazi Schindler) y las víctimas buenas buenísimas al otro. Y punto. No intentes ver más allá ni admitas grietas en este planteamiento porque en seguida serás tachado de negacionista o pronazi o algo aún peor.

La peli tiene dos objetivos básicos: zaherir conciencias y provocar el llanto. Es imposible no llorar en un momento u otro (habría que ser de piedra) y no sentir un sentimiento de culpa universal por lo hijaputa que puede llegar a ser la raza humana. Esos dos objetivos los consigue con creces. Ahora bien, desde un punto de vista intelectual su mensaje es tan simple, tan plano, tan evidente, tan falto de matices y sutileza, tan sin fisuras que no puedo sino rechazar por completo este torpe intento de hacer comulgar con ruedas de molino al personal. De un tío como Spielberg siempre espera una mucho más, aunque claro, con este grado de implicación emocional del director en la historia, tampoco se le pueden pedir peras al olmo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario