martes, 2 de agosto de 2011

Presunto inocente, by Alan J. Pakula

Sinceramente, me repatea que Harrison Ford se infle a ponerle los cuernos a su señora y haga el imbécil encoñándose estruendosamente de una compi del curro y que la sensación que dé es "pobre hombre, que se ve más buena persona que la mar, y que esa lagarrrrrrta con sus malas artes lo haya seducido y lo haya convertido en un pelele! Tía más guarrrrrrrrrrrrrrrra!" Ese Harrison, con esa carita de cachopan, de no haber roto un plato en su vida, atormentado, desesperado, tristemente babeante por los bien plantaos huesitos de la vil zorra.

Y la tía qué mala, qué cochina, qué ambiciosa! Una depredadora sin sentimientos, que ni siquiera lo quería una mijilla, ni le daba penita ni ná. Y esa familia tan modélica, con el niño tan mono, tan buen muchacho y tan simpático, que seguro que saca unas notas estupendas y no se pone piercings ni nada; y la señora de Harrison, la pobre mujer, tan enamorá de su marido, tan sufridora, tan dispuesta a defender a su familia con uñas y dientes, y gastándose la criatura una pasta en ropa interior sexi pa intentar seducir a un marido ya tan abducido por la otra garrapata que le importaría un pimiento que llevara las bragas de esparto.

Ufffff, qué cutrerismo, no? La cosa es que entretiene, y consigue tenerte con el alma en vilo, abominando de la guarra, sintiendo muchísima penita por el pobre Harrison y su ejemplar familia americana y alegrándote secretamente de que la zorra esté bajo tierra porque alguien se haya encargado de ponerla en su sitio. Pero luego, cuando acaba la peli, y te enteras de quién mandó al lagartón al otro barrio, y ya sales de la hipnosis te dices a ti misma, toda aturdida y obnubilada : "La virggggen, pero cómo me han podido colar esta gamba?"

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