viernes, 26 de agosto de 2011

Master and Commander: al otro lado del mundo, by Peter Weir

Definitivamente la navegación marítima no es lo mío. Cada vez que me proponen hacer un crucero o incluso montarme en un ferry sólo cinco minutos se me representa ipso facto la tragedia del Titanic, o la del Poseidón, o una tempestad tipo Master and Commander, y decido quedarme en tierra. Que no me gusta que el suelo se mueva bajo mis pies, vamos.

Yo no le voy a discutir a nadie que ésta sea una magnífica película de aventuras; probablemente lo es. El problema es que yo no me he enterado de nada. Entre el indescifrable argot naval, las constantes tempestades, neblinas, humaredas y confusas batallitas, y el poco interés que le pongo cuando una panda de señores decide pelearse contra otra por razones que se me escapan... me he quedado a dos velas. Y nunca mejor dicho.

A mí, sacándome de "Al abordaje", "a estribor" y "a babor", todo lo demás que se diga es complicarme la vida inútilmente. Y nunca me entero en estas películas, cuando llega la lucha cuerpo a cuerpo, de quién es quién y cómo saben quiénes son los malos y los buenos. Como además no llevan uniforme, que es lo único que podría distinguirlos, el lío está asegurado. Para mí todo es un totum revolutum y desde luego si yo tuviera una espada en una situación de ésas la lanzaría indistintamente contra todo bicho viviente y que sea lo que dios quiera. Eso sí, alucinante cómo se ponen los tíos de ron. También para llevar una vida perra de ésas, todo el día subiendo y bajando velas, lo mejor es estar borracho.

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