viernes, 19 de julio de 2013

Historia de una monja, by Fred Zinnemann


Fred Zinnemann en "Historia de una Monja" hace el retrato más demoledor que yo haya visto jamás de lo que es el fundamentalismo religioso. Nadie nunca antes ni después ha sabido reflejar tan cruda y fielmente lo que es una religión y cómo funciona por dentro.

Toda la primera parte es francamente aterradora. La imagen más impactante es el contraste entre la belleza intacta de las jóvenes postulantes y la fealdad manifiesta de las monjas ya consagradas. Si la cara es el espejo del alma, no hay metáfora más reveladora de la degradación del alma humana cuando se somete al sectarismo. Nunca Audrey Hepburn fue tan preciosa ni su belleza resaltó más, entre tanto adefesio con hábito. Los primeros planos de las caras de monjas y novicias son sumamente elocuentes y la fotografía de Franz Planer es sencillamente impresionante.

Hay momentos verdaderamente pavorosos: las novicias en fila india haciendo acto de contrición "Yo me acuso", torturándose por las cosas más peregrinas: "se me derramó un vaso de agua, tuve un momento de vanidad porque me sentí orgullosa de algo"... Los mantras, las letanías, el tirarse al suelo boca abajo para penitenciar... Qué diferencia hay con el islamismo más fundamentalista?

Lo más tremendo es cómo se trabaja la negación de la persona, cómo se crean cuerpos sin alma, sin sentimientos, sin recuerdos, sin familia, sin afectos, sin empatías. Prohibido sentir, prohibido pensar, prohibido relacionarse, prohibido hablar (el gran silencio es sagrado), prohibido mirar, prohibido leer, prohibido todo...

Qué clase de religión es capaz de preguntarle a alguien para que demuestre su lealtad: "Está dispuesta a suspender su examen como nuestra de humildad?" Pues la misma en la que está escrito que un padre debería cortarle la cabeza a su propio hijo para satisfacer a su Dios en señal de obediencia suprema. Una religión diseñada por tarados para tarados.

Por lo demás la sola visión de las monjas en El Congo con sus torturantes vestimentas produce calor, picor, piojos, peste bubónica y auténticos espasmos al espectador más o menos normal. Sólo imaginar las bochornosas temperaturas a las que esas criaturas tenían que hacer frente con semejantes hábitos, sin poder enseñar ni media pierna, sin transpirar por la cabeza, ni por el cuello, con esa especie de venda mortuoria pegada al cuerpo todo el día... Y decimos del velo islámico... Madre mía, el velo islámico es un suave trapito de seda al lado de esa mortaja.

Y junto con el bochorno y la angustia, se siente una tremenda indignación y pena por las personas que creen hacer un bien renunciando a su cuerpo, a su pensamiento, a su capacidad de decidir, a su propia entidad, para entregarse a una obediencia ciega que puede mandar cualquier cosa y castigar de cualquier manera en nombre de vete tú a saber qué oscuros deseos divinos.

Es un sometimiento tan aberrante que sólo se puede sentir verdadera alegría de que esa absurda religión que ha convertido a tantas personas en meras máquinas de obedecer esté en proceso de extinción. Bueno, ésa y todas las demás, porque demostrado está: las religiones, todas, son unos de los males mayores de la humanidad, y junto con el dinero están detrás de prácticamente todas las guerras y todos los conflictos del mundo. Por no hablar de su concepto de la mujer como ente subordinado siempre a los deseos del hombre disfrazados de mandato divino.

Gracias, Fred Zinnemann por mostrarnos lo que es una secta en toda su monstruosidad. Por no ahorrarnos ni un detalle. Por dejarnos ver toda la anulación que conlleva el seguimiento de sus normas, por hacernos sentir el horror en nuestras propias carnes, así como el calor, la angustia, el sofoco y la agonía de esas pobres mujeres que creen que negándose a sí mismas están entregando su vida a dios. Y gracias, Franz Planer, por esas fotografías inmensas de rostros de mujeres que lo dicen todo. Y sobre todo gracias a Audrey Hepburn, por prestar sus preciosos rasgos para representar la viva imagen de la rebeldía, la autenticidad y la afirmación de la persona frente al fanatismo y la sinrazón.

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