sábado, 11 de agosto de 2012

Acusados, by Jonathan Kaplan

Pues mira tú por dónde este drama judicial de carácter eminentemente efectista y sonrojantemente artificioso me va a servir para hacer mi crítica número 600.

La cosa va de una tía bastante colgada y descerebrada que se mete en una de esas encerronas rebosantes de testosterona en las que alguna vez nos hemos visto envueltas casi todas las tías. La testosterona disparada, el alcohol y la bestialidad generalizada de la concurrencia hacen el resto y la cosa en este caso termina en violación colectiva con regocijo generalizado de los presentes. Lo dicho, una panda borrachos sin muchas luces y bastante recalentados, y ya tenemos el drama servido.

Que nadie tiene derecho a violar a nadie creo que a estas alturas está fuera de toda discusión para cualquier persona mínimamente civilizada; ahora bien, que.un proceso judicial tenga la menor posibilidad de desarrollarse de la forma que cuenta la película es casi tan probable como que una rana viole a un elefante.

Pero lo verdaderamente alucinante de esta película es el grado de efectismo judicial. En realidad si la justicia norteamericana se parece de verdad en algo a lo que nos muestran en el cine, sería muy similar a una corrida de toros.

Sale el fiscal o el defensor (el que le toque el papel de bueno, en este caso la fiscal) e interroga al testigo principal: un capotazo por aquí, un muletazo por allá, una manoletina,... Oleeeee! El testigo (el toro, vamos) se queda todo tembloroso de la emoción y hecho polvo en el estrado, y entonces el fiscal bueno da media vuelta, mira al jurado con descaro y suficiencia (al graderío, vamos) y se dirige muy tieso a su sitio. "No hay más preguntas, señoría". Oleeeeeeeeeeee!

Sale el otro abogado con el objetivo claro de desacreditar el testimonio del testigo-toro. Y con él llega la suerte de varas y las banderillas: un puntillazo por aquí, otro pinchazo por allá... El testigo cada vez más hecho mierda, el tembleque y las convulsiones adquieren tintes parkinsonianos, y cuando por fin entra a matar el testigo ya entra en modo delirio y termina confesando que usa gafas de 30 dioptrías o que iba borracho como una cuba o que padece conjuntivitis crónica desde los 6 años. El caso es que por fin queda desacreditado ante el jurado-graderío, mientras el acusador da la espalda al testigo-toro, levanta la cabeza orgulloso de su brillante actuación y brinda su faena con un guiño a su esposa, a su novia o a un primo lejano que está entre los espectadores. Ovación, orejas, rabo y vuelta al ruedo. Oleeeeee, oleeeeee y oleeeeeeee! Toreroooooo, torerooooo, torerooooo!

En realidad es un espectáculo para el lucimiento de los protagonistas (abogados y fiscales), puro teatro, una dramatización que es a la justicia lo que una escoba es a las últimas tecnologías. Es patético, es absurdo, es delirante... Cuesta creer que a los americanos los llamen para formar parte de un jurado y no salgan huyendo del país para pedir refugio en Sierra Leona.

La prota es Jodie Foster, que ya apuntaba maneras pero que aún no había llegado a desvariar y a darle al baile de San Vito en la medida en que lo hace últimamente en casi todos sus papeles. Le dieron un Oscar por su interpretación pero sinceramente yo no le hubiera dado ni un triste Goya.

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