Campanella en su onda: "Voy a hacer una tragicomedia que mole, sobre un tema superdolorosísimo pero con un toque humorístico y guay que deje a la gente con la boca abierta y a mí me catapulte a la fama".
Y dicho y hecho. Tema? El Alzheimer mismo. Tiene un montón de ingredientes lacrimógenos: ancianitos sin recuerdos que no reconocen a sus familiares, residencias en las que vegetan antes de entregarse al calor del nicho, carácter degenerativo e irreversible de la enfermedad.... Ideal para llorar hasta decir basta y no dejar una gota en el cuerpo.
Añadamos al tema, ya de por sí dramático a más no poder, una historia de amor vetusto pero eterno, un hijo cuarentón en plena crisis vital, y una boda, que es el marco idóneo per natura en el que plañir hasta la extenuación.
A Norma Aleandro nadie le podrá discutir jamás que es la abuelita con Alzheimer más encantadora de la historia del cine (y ya hay unas cuantas a estas alturas, porque el tema está bastante de moda); a Ricardo Darín tampoco se le puede discutir su papel de hijo perfecto, ex-marido perfecto, imperfecto padre perfecto, amigo perfecto, hombredelacalle perfecto... Este hombre es siempre el hijo, padre, amigo, marido, amante, etc. ideal. Aunque haga de cabrón, pero tiene una miradita tannnnn triste y tannnnnn desangelada que deja hecha polvo, la verdad.
Pero eso sí, al que nunca me he creído ni de coña en este papel es a Héctor Alterio, al que admiro profundamente pero que aquí está terriblemente torpe en su interpretación. A pesar de o tal vez debido a las indicaciones de Campanella, su rol de abuelito enamorado que babea ante la idea de casarse con su olvidadiza señora, conmigo al menos no ha colado. Destila hiperglucemia y viscosidad, y sinceramente casi se agradece a ratos que la buena mujer a la que interpreta Aleandro no esté demasiado en sus cabales para no tener que soportar esos niveles insanos de glucosa.
Igual que hay quien bebe para olvidar, quién sabe si no hay quien olvida para no tener que beber.
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